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  • Foto del escritorPiel Alterna

Poner en cuerpo

Texto por Juan Sebastián Peralta / Fotografía por Virginia Mesías

Esquinas del Arte



¿Por qué somos quienes somos? ¿A partir de qué fenómeno, elemento o concepto nos constituimos en el sujeto que somos, que creemos ser? Yo soy mis actos es algo que resuena a lo largo de la historia de la filosofía y también del teatro. Yo soy en cuanto actúo, y es esa obra la que me configura como el sujeto que soy.

Podemos estar de acuerdo con Shakespeare y sentir que no somos más que una sombra que pasa, un pobre actor que se pavonea y agita durante su hora en el escenario, y del cual después no se escucha nunca más nada. Ya que la vida no es más que un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa. Pero incluso ese cuento sin sentido se configura por medio de acciones y performances concretas. Acciones y performances que tienen para su protagonista tanto significado que incluso lo pueden llevar a la angustia, la depresión y el suicidio.

La configuración del sujeto como ente de sentido se realiza a través de la incorporación del mismo al campo semántico por medio de la acción. La acción es una puesta en cuerpo de ideas, de ahí que sea fundamental para el sujeto distinguir si las ideas que está poniendo en su cuerpo son propias o ajenas.

«Una mujer no es un varón», «mujer es madre; varón, padre», «tienen órganos diferentes», «ah profe, usted pregunta cosas raras», «mujer es mujer», esas fueron algunas de las respuestas de un grupo de quinto año artístico, a las preguntas: ¿qué es una mujer? ¿Qué es un varón? Otro estudiante entregó un dibujo, en él aparecía una figura estilizada —fosforito— con senos; en otro dibujo, un fosforito embarazado.

¿Qué hace que un varón sea un varón? ¿Y que una mujer lo sea? Nuestra cultura distribuye y asigna marcadores de género determinados a partir de los cuales se configura el campo semántico de lo femenino y de lo masculino. Barba, bigote, pantalones, en contraposición a maquillaje, pollera y tacos. Y la lista sigue, no solo con objetos y atributos, sino con posibilidades de acción esperadas. Masculinidad y feminidad son una construcción social, geográfica e históricamente situada. Construcción que se reproduce como una performance que ha borrado sus propios límites y que reconocemos como lo obvio, lo natural, lo dado.



La existencia de drag queens y drag kings trae a escena esta condición performática de la identidad. La identidad es una narrativa que puede ser reproducida, introyectada y sostenida en sí misma, sin relación con un sustrato esencial; una página en blanco que cada individuo garabatea, una autoescritura que se impone como presente, y que, muchas veces, por alejarse de la angustia que provoca su creación, se instaura como relato único. Pero no son más que, al decir de Hamlet, palabras, palabras, palabras. Las cuales hoy pueden ser unas y mañana, tal vez, otras.

Pero ¿cómo aparece algo de esto en aula? ¿Por medio de qué estrategias podemos pensar el papel del cuerpo, de la acción, de la configuración de las identidades dentro del proceso educativo? ¿De qué manera la crítica a las narrativas dominantes puede aparecer en el trabajo pedagógico-didáctico?

En mis cursos de sexto año artístico, trabajo —en general en el segundo semestre— Romeo y Julieta. Estudiantes que ya han transitado un año y medio de formación dentro de la orientación tienen herramientas suficientes para elegir escenas de la obra y proponer su escenificación. Ya sea en la escena del balcón, de la alcoba o del sepulcro surgen preguntas como: «¿Romeo tiene que ser varón?», lo pregunta una estudiante. «¿Puedo hacer de Julieta?», lo pregunta un varón, «¿podemos hacerla nosotras la escena?» y son dos estudiantes mujeres, y muchas más en el estilo. Esto nos permite trabajar a partir de una recepción crítica de los roles, y pensar colectivamente ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿Es necesario que Romeo sea un varón y Julieta una mujer?

Desde el trabajo en el aula, podemos realizar procesos de configuración de nuevas imágenes. También desde las artes escénicas debemos preguntarnos qué tipos de cuerpos reproducimos con nuestras prácticas. ¿Cuántas Julietas en silla de rueda han visto? ¿Cuántos Romeos sordos? ¿Por qué la nana siempre tiene que ser vieja y gorda? ¿Por qué Julieta no puede ser gorda? La idea de la belleza ligada a un cierto tipo de cuerpo atraviesa las prácticas escénicas y puede configurarse como una cárcel con consecuencias nefastas. Muchos de nuestros estudiantes sufren trastornos alimenticios, por ejemplo, trastornos de la autoimagen, ¿en qué medida los procesos de aprendizaje que coordinamos pueden contribuir en los procesos de salud de esas personas? ¿O solo las personas flacas pueden bailar? ¿O estar en escena es sinónimo de tener un tipo de cuerpo aceptado como posible? Nuestras prácticas surgen de nuestras ideas, nuestras ideas pueden cambiar nuestras prácticas.



Juan Sebastián Peralta

Profesor de filosofía (Ipa), actor (Emad), magíster en Ciencias Humanas (Udelar). Desarrolla su trabajo artístico en un abanico que abarca teatro, performance y audiovisual. Da clases de filosofía, teatro, expresión corporal, dirección y escritura creativa.

Más info: juanseperalta.com


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