Texto por Ana MAILLO¹
Fotografía s/a
En la Frontera
El pasado mes de enero Jacinda Ardern anunció su dimisión como primera ministra de Nueva Zelanda. Me acuerdo de su rueda de prensa con la primera ministra finlandesa, Sanna Marin. Un periodista se atrevió a preguntar: "¿Se reúnen ustedes porque tienen la misma edad y muchas cosas en común o podemos esperar acuerdos?".
Al día siguiente del anuncio de Ardern, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez firmaban un gran acuerdo de cooperación entre Francia y España. Nadie les preguntó por qué se reunían. Las mujeres nos reunimos porque sí, para hablar de “nuestras” cosas de mujeres. Los hombres se reúnen para tratar lo importante.
Da igual la posición que ocupes, primera ministra, reina, ejecutiva, jefa, empleada, becaria…siempre seremos mujeres y si preguntamos, todas hemos sufrido alguna experiencia de desigualdad por el hecho de serlo.
He tenido la suerte de trabajar siempre en entornos laborales feminizados, pero no por ello exentos de machismo. Obviando la brecha salarial, hay dos aspectos clave que creo que marcan la vida laboral de una mujer, podríamos decir la vida con mayúsculas: el aspecto físico y la falta de sororidad.
Este último quizás sea el más controvertido. Últimamente parece que vivimos en un mundo de fantasía y arcoíris en el que las mujeres nos apoyamos las unas a las otras, nunca nos criticamos, nos ayudamos y somos seres de luz. Nada más lejos de la realidad. Las mujeres somos humanas y nos han programado desde que nacemos para competir, y encima competir entre nosotras. Competir por el cariño, la atención, el reconocimiento, la belleza. Competir desde el jardín de infancia, en el colegio, en el instituto, en la universidad. Es lógico que vayamos pisándonos cada vez que tenemos oportunidad y que siempre juzguemos a las mujeres que han llegado alto. Será por su físico, por su padre, por enchufe, o lo habitual…por zorra. Aterrizamos al entorno laboral con la competitividad por las nubes, herencia del sistema capitalista, y potenciado por el patriarcado, y aupado gracias a la industria cultural que consumimos desde que tenemos uso de razón.
El siguiente aspecto, el físico, lo vertebra todo. Da igual si tu trabajo solo depende de tu cabeza, siempre habrá alguien ahí para juzgar tu apariencia. Da igual lo arreglada o casual que vayas, lo delgada o guapa que seas. Siempre vivirás batallas con el cuerpo, la autoestima y el peso (literal y figurado) que conlleva ser mujer. Aunque cueste creerlo todavía hay miles de ofertas de empleo hoy con el requisito “con buena presencia”. Todavía los uniformes masculinos y femeninos siguen siendo diferentes, desde la escuela hasta las azafatas de los aviones. Ya no hablemos de los tacones y el maquillaje. Desde el Festival de Cannes que obliga a las mejores actrices del mundo a calzarse unos stilettos a los comentarios por la vestimenta de Hilary Clinton. Siempre lo primero que se juzga de una mujer es el aspecto físico, da igual lo que digas o hagas. Desde que tengo memoria llevo aguantando comentarios sobre el largo de mi falda o lo bien que me queda un vestido. ¿Disculpa? Capítulo aparte merece la infantilización y el paternalismo derivado del aspecto físico, únicamente por el hecho de ser mujer. Me han llegado a decir que me pinte los labios y me ponga un traje para una reunión porque si no van a pensar que mandan a una junior. Hombres sorprendidos por mi edad y apariencia, tras miles de llamadas telefónicas y proyectos exitosos y rentables. ¿A cuántas les han preguntado dónde estaba su jefe cuando la jefa era ella? Podemos llamarlo micromachismos, pero el menosprecio, las interrupciones, el mansplaining, la condescendencia, agotan y mucho.
Este Black Friday explotó en España una huelga de las dependientas de Inditex, el mayor gigante textil del mundo, y se supo que a estas empleadas se las conoce en la empresa como “las niñas”. Y podría pensarse que Inditex podría ser una empresa feminista, con sus mensajes de empoderamiento en camisetas y la compañía dirigida por otra mujer, Marta Ortega. Una de las reivindicaciones de estas mujeres es simplemente equiparar sus ventajas con las que ya disfrutan el personal de logística, fábrica y centrales, en su mayoría hombres. Las mujeres trabajadoras sufren dos veces, por mujeres y por trabajadoras. Y que la batalla está en la igualdad de condiciones y oportunidades. En el respeto y la dignidad.
Todo esto nos lleva a decir que hay un problema en nuestro entorno laboral. ¿Qué decimos? ¿Qué hacemos? Ya se sabe que las mujeres hemos sido educadas para ser sumisas, para obedecer, para tener este empleo precario, para no pedir un aumento, en definitiva, para trabajar sin que sea lo más importante, porque ya se sabe que a lo que aspiramos es al amor romántico, al matrimonio, a la maternidad, la más noble y santa de todas las metas de la mujer. ¿Vamos a seguir calladas?
Es necesario colectivizar nuestras emociones porque son lo que nos une, lo que nos hace iguales, lo que rompe la brecha socioeconómica: el dolor de regla de cualquier CEO puede ser igual de doloroso que el de la trabajadora del Starbucks.
Deberíamos poder hablar de nuestras emociones, de nuestros miedos, de nuestras experiencias, de nuestras necesidades. Es vital y sanador, aunque siempre se haya percibido como vergonzoso e improcedente en los entornos laborales. Y ahí sigue, esa brecha entre lo que vivimos unas y lo que ven los otros.
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¹ Licenciada en Periodismo por la Universidad Camilo José Cela y con un Executive Program en Marketing Digital por The Valley Digital Business School. Con una sólida carrera profesional vinculada al ámbito de la comunicación y las Relaciones Públicas, Ana ha trabajado en agencias de comunicación como Equipo Singular o Pelonio, y prensa como GQ, Vanity Fair o Yo Dona. Desde 2015, trabaja en Trescom, en la ejecución y desarrollo de la estrategia de comunicación de clientes como Nike, Nintendo, J&B y Adecco.
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