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Encierro y después ¿trabajo?

Vivencias y reflexiones sobre la privación de libertad

y sus efectos en quienes la transitan


Texto y fotografía por Mariela Benítez

Piel Crónica


Los sujetos peligrosos se fraguan a lo largo del tiempo en los discursos políticos, en las prácticas del sistema penal, en los prejuicios del mundo educativo y familiar y en las referencias multiplicadoras de los medios de comunicación. En una sociedad con rasgos anómicos y con sus instituciones básicas de socialización y bienestar en crisis, los responsables del control social definen el chivo expiatorio en las zonas más vulnerables del tejido social, entre otras razones para garantizar su propia supervivencia.

Rafael PATERNAIN¹


… cuatro de cada 1.000 personas que viven en Uruguay están presas. […] 34% de la población carcelaria recibe tratos crueles, inhumanos o degradantes. 56% tiene insuficientes condiciones para la integración social y sólo 10% tiene oportunidades de integración social.

La Diaria, 29/04/2022²



En nuestro imaginario, la cárcel aparece como ese lugar lejano y cerrado adonde enviar a esxs sujetxs peligrosxs, que siempre son otrxs —y desentendernos de ellxs. También como espacio de rehabilitación de esxs sujetxs desviadxs —por ello, peligrsxs. Incluso como un sitio de vagancia y, por tanto, un gasto exorbitante para una ciudadanía de bien que, desde afuera, paga sus impuestos.


La población privada de libertad pasó de las 10 241 personas en 2017³ a las 14 302 en 2022⁴, con una altísima tasa de prisionalización. Frente a esos datos, vale preguntarse: ¿qué sabemos sobre lo que sucede dentro la cárcel? ¿Queremos saber? ¿Qué se le exige y qué se le brinda a la población carcelaria? ¿Cómo llegan y qué sucede con sus vidas en ese tránsito? Después que la persona ha cumplido la pena, ¿cómo sale?, ¿cómo logra integrarse y seguir construyendo su vida afuera? ¿Por qué se habla de la «puerta giratoria» de prisión-salida-delito-prisión? Intentaré acercarme a esa zona perimetral de un problema humano y social, complejo y crudo. Agradezco a todas las personas que entrevisté y que con generosidad dieron parte de su tiempo para contar sus vivencias de la privación de libertad (Federico, Adrián y Bárbara), sus experiencias de trabajo sobre contextos de encierro (Daniela) y sus reflexiones y análisis desde la academia (Carolina y Rafael). Todas sus historias y miradas son fundamentales.


Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más punitivista y reclama, bajo la influencia de los medios de comunicación y del discurso político, más penas y más encierro, sin pensar que lo que suceda adentro, se continuará en el afuera. Carolina Dal Monte⁵ expresa:


Es un lugar de exclusión, de aquel sujeto peligroso que cometió un delito y que lo tiene que pagar con su libertad, está eso de pagar. Cumple una función de estigmatización que, sobre todo, se ve en el después. Pero también la cárcel es parte de nuestra sociedad. Hay algo de pensamiento mágico de que eso nunca me va a tocar, que los que están ahí dentro no tienen nada que ver conmigo y, en realidad, es parte de la sociedad y nos transversaliza. Las cosas que suceden ahí son las mismas que suceden afuera.


Los dilemas, las contradicciones y los conflictos son los mismos, amplificados por el encierro, el hacinamiento y la forma en que el Estado interviene. Carolina continúa:


En una institución tan dura como la cárcel, ocurren o se naturalizan muchas prácticas, desde lo cotidiano (para las cosas más simples de la vida se tiene que pedir un permiso, se pierde la intimidad, se convive con cuarenta personas o se está solo en un calabozo), todo eso son prácticas del encierro. Todo lo que la persona, la familia vive. Por ejemplo, en las visitas, la interferencia de la institución en las relaciones afectivas. En el caso de madres privadas de libertad con sus hijxs. La maternidad. Todo se ve atravesado por el encierro y lo que genera.


Cuando Michel Foucault inicia su estudio describiendo el suplicio físico del condenado (siglo XVIII) como espectáculo con sentido pedagógico, es para señalar la transición hacia un nuevo sistema punitivo en el que nace la prisión:


El cuerpo, según esta penalidad, queda prendido en un sistema de coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones. El sufrimiento físico, el dolor del cuerpo mismo, no son ya los elementos constitutivos de la pena. El castigo ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos, .


En este sentido, Rafael Paternain⁷ repasa la historia de esta institución e introduce un concepto al que ya volveré, el de rehabilitación:


En el proyecto civilizatorio occidental de la modernidad, las cárceles se podían entender como una civilización del castigo, de aquel castigo mucho más violento y expresivo, más salvaje, más aleccionador de un cuerpo torturado físicamente (ahí están todos los trabajos mas genealógicos en la perspectiva de Foucault) hacia un tránsito donde la cárcel aparece como esa institución del Estado que pasa a cumplir una función de racionalización de los castigos en el sentido del cuerpo, acotarle el movimiento y la libertad como mecanismo de compensar una falta, un daño que se le infringía a la sociedad. Pasa por distintas etapas pero sobre todo en el siglo XIX y buena parte del siglo XX la cárcel se vuelve un mecanismo de control de las desigualdades de clase, de control de la pobreza, de la población supernumeraria, de todas las nuevas desigualdades que se empiezan a dar en el capitalismo, hasta que éste vira y se transforma, siempre pensando en los países centrales, en un capitalismo de bienestar (entre la postguerra y la década de 1970) donde hay proyectos humanistas que intentan darle a la cárcel una proyección más de un instrumento que sirve para ejecutar la pena y que pueda llegar a tener un sentido rehabilitador.


Desde una perspectiva histórica, el capitalismo neoliberal cambia las reglas de juego profundizando las desigualdades, el desarraigo y explotación de las poblaciones locales y migrantes. Esto acentúa la marginación y se ve reflejado en una nueva concepción y sentido de las cárceles, que se entienden como «un mecanismo para castigar a los pobres, como define Loïc Wacquant, básicamente: castigo y control de la pobreza», indica Paternain. En Uruguay y en América Latina, la cárcel cumple dos funciones: depósito e incapacitación. La cárcel como depósito es adonde


va todo lo que sobra, lo que está mal y no tiene arreglo y que de alguna ya no es posible integrar ni hay interés por integrar. Cuando la cárcel se transforma en un depósito y tiene un proceso de crecimiento alocado porque los sistemas punitivos son cada más punitivos, no hay chance en esa concepción social, de sensibilidad social y colectiva que se va traduciendo. Nadie te va admitir ni justificar que la cárcel es un depósito, pero por la vía de los hechos termina funcionando así.


En cuanto a su función de incapacitación, continúa explicando Paternain:


Teniendo gente en la cárcel sin importar cómo, se supone que mientras están allí, no delinquen. Entonces pasa a tener un efecto de utilidad para las políticas de seguridad cuya lógica es que cuanto más se detiene, más se imputa y más se encarcela, supuestamente ayuda a que el nivel del delito baje.


Así estamos: la cárcel como depósito. Ahora bien, ¿qué implica el encierro, qué cortes vive la persona que comienza a transitar la privación de libertad? ¿Cómo se vincula con el trayecto de vida anterior y cómo ese antes y ese tránsito por el encierro condicionan el después, la libertad? Adrián⁸ identifica


Tres grandes mojones: el primero fue el momento de intentar evadirme, de la fuga. Frente al encierro, las ansias de libertad son tales que te querés ir. El segundo fue el de la normalización del encierro, que es un momento de violencia, de la tumba, como se dice en el lunfardo carcelario: ponerse tumbero y pelear contra el sistema, contra tus compañeros. La violencia al máximo extremo, porque es el menú de la casa. El tercer momento fue el momento de otros aprendizajes, de movimientos aberrantes, que le llamo yo. Con el tiempo, empecé a entender algunas cosas, de algunos movimientos que hice para desestructurar, dejar de normalizar, dejar de aceptar, cuestionar y reflexionar que los hacía porque algo estaba surgiendo en mí. También tiene que ver con los vínculos que se fueron dando en el camino, muy cercanos a la educación, el arte, la música, el teatro, que me fueron aportando un montón y a los cuales les agradezco la vida por eso.


Bárbara Leites⁹, por su parte, cuenta:


Yo no podía creer. Cuando entré, bajé a tierra a los tres o cuatro meses, cuando dije «estoy acá y tengo que asumir que estoy acá». Yo no podía creer todo lo que veía, para mí no eran cosas reales. La gente lastimándose. Yo estaba en la celda del 11 y los pibes salían todos manchados de rojo y yo me decía «¿están jugando guerra de pulpa de tomates, estos giles, y una muriéndose de hambre acá en el calabozo?». Y no, se estaban lastimando, se estaban peleando. Uno atrás de otro. Después me pasaron para el 1, que fue caótico, porque estaban juntas las chicas trans con los violadores. La vivencia ahí adentro vos no te la imaginás, ni un perro puede vivir así. En una celda de un locutorio, que era para dos personas, había como diez. Tenías que hacer tus necesidades ahí mismo, bañarte ahí. Dormir en el suelo, las ratas, no tenías salidas, ni al patio. Máxima seguridad. Al principio te bloqueás y quedás como que vos tenés que cuidarte vos, cuidarte las espaldas. No podés estar cerca del ventilador [se refiere a las ventanas] porque te pinchan. No te conocen de ningún lado y te pinchan igual, porque tienen ganas de lastimar a alguien. No podés ponerte en las rejas en el lateral porque te pinchan. No podés tomar mate con nadie porque le ponen cualquier cosa y te violan. Yo me fui armando una coraza.


En ambos casos, lo primero que emerge es el corte de vida que genera la pérdida de libertad, un cierto estado de paralización (hacer polifón, referido a dormir todo el tiempo), el estado de alerta e incertidumbre. La angustia y ansiedad que esto provoca y el consiguiente consumo de psicofármacos o la reacción violenta contra todo y todos. La necesidad primaria de sobrevivencia para conseguir lo básico, como papel higiénico y alimentos, porque el sistema penitenciario solo asegura, y en general en mal estado, el rancho (la comida dentro de la cárcel). Todo esto se vuelve más duro cuando se agrega el consumo problemático de sustancias, por la abstinencia o por el tráfico de drogas y las deudas que genera.


Quiero detenerme un segundo en la situación de las mujeres, las mujeres privadas de libertad y mujeres familiares de privados de libertad. Las primeras se han multiplicado debido al endurecimiento de penas vinculadas al microtráfico (entre 2021 y 2022, el aumento promedio anual de encarcelamiento para varones fue de 9 % y para mujeres de 28 %)¹⁰. Viven con mucha culpa la pérdida de libertad, por ejemplo, en relación a sus hijxs, y deben atravesar esa vivencia en una enorme soledad. Sobre esto último, Daniela Rodríguez¹¹ cuenta: «El hombre no está presente en la reclusión de la mujer. Incluso la madre no está tan presente en el caso de las mujeres. Y para los hombres, la mujer está siempre». Sobre las segundas, agrega que esas mujeres son las «que visitan, llevan comida, refresco, con calor y lluvia. El tipo tiene como para treinta años y la mujer sigue. Arma una vida alrededor de eso, lo acompaña durante toda la cana, con los hijos, con los bultos, el maltrato desde lo edilicio hasta la revisación, el desprecio y el prejuicio desde las propias operadoras y/o policías mujeres». Otro detalle: «En la cárcel de Las Rosas, los varones tenían posibilidad de visitas conyugales y las mujeres no», apunta Dal Monte.

La cárcel refleja y profundiza el machismo y el sistema patriarcal en el que vivimos, reproduce la misma violencia que se vive afuera, recrudecida por la propia violencia del encierro.


Hay un segundo momento en el que la persona privada de libertad hace el clicpersonal y subjetivo. Federico González¹² cuenta que su clic «fue más bien la distancia y el tener compañeros que me golpearan la cabeza con determinada información y sentir la distancia con mi familia». Él traía como un sustento importante la música desde su infancia y entorno más cercano.


Yo me involucré en lo que es la escritura, el rapear y eso dentro de la privación de libertad me ayudó a involucrarme con el lápiz y el papel. Yo dejé el liceo en cuarto año y el tránsito con la cuadernola me ayudó a desenfocar el viaje violento que hay en una cárcel (el agarrar un cuchillo, el agarrarme a trompadas con otro, el ser frío). Después lo otro fue lo musical, saber más o menos los ritmos, no tener música para escuchar y tener ritmos en mi cabeza me ayudó a estar enfocado desde ese lado. La cuadernola me ayudo a ordenarme y a escribir.


Para Bárbara, desde su coraza desarrollada en toda su vida (catorce hermanos, abandono de su madre, institucionalización en el viejo Consejo del Niño, vida temprana en la calle), la cárcel terminó siendo un lugar de aprendizajes:


A mí me encanta la cárcel, es una cosa que no sé. Es mi mundo, porque la cárcel es una escuela que te enseña a sobrevivir y a valorar lo que dejaste, a sobrevivir, porque tenés que manejarte para todo. Hacé de cuenta que estas en una jungla. Y la otra es aprender a valorar lo que dejaste afuera por una estupidez, porque apuñalaste a uno, porque robaste a una mujer mayor. Afuera tenías tu casa, tu trabajo, tu familia, tenías amistades. Allá adentro no tenés nada. No podés confiar en nadie. Yo no consumía psicofármacos, pero igual pedía, me hacía pasar por loca, drogadicta, pastosa, para que me den porque eso después lo traficás, cambiás por tabaco o por yerba. Lo mismo que un régimen; yo no tengo enfermedad para que me lleven un régimen, pero un policía me lo daba para sobrevivir ahí adentro. A mí me daban un muslo y yo gritaba para abajo: «¿Quien quería un muslo?». Y lo cambiaba por yerba o una burra de tabaco o dame un poco de café o té, o dame brillo (que es azúcar), o dame vaca (la leche), o un pulmón (la batería), o el marroco (el pan). Y aprendí. Siempre sola. A mí me decían la loca. Después me acostumbré al ritmo, al horario: yo salía a las seis de la mañana del módulo y entraba a las doce y estaba todo el día en la vuelta. Cocinaba, ayudaba a uno o a otro. Iba para acá, para allá. Me encantaba eso, conocer gente, poder ayudar al otro que vos ves que es más débil.


Estos procesos que trasmiten Bárbara, Adrián y Federico son personales, en los que pesa mucho la vida anterior, el entorno familiar si lo hay y las redes que se vayan generando internamente. El sistema hace poco y nada a favor de ese cambio o, por lo menos, no existe una política general y sistemática. Siempre son proyectos particulares que dependen de las personas y direcciones.


Un ejemplo ha sido la unidad número 6 de Punta de Rieles, destacada tanto por Federico como por Adrián. Para entender esas diferencias habría que empezar viendo que ahí se instaló una dirección civil¹³ junto con operadores penitenciarios, también civiles (en su mayoría mujeres) que buscó humanizar los espacios y generar ámbitos donde la persona privada de libertad, como sujeto de derecho, pudiera cumplir la pena en condiciones dignas, focalizando sus centros de interés para que sea ella misma quien pueda cuestionarse, desaprender lógicas anteriores que la llevaron ahí. En palabras de Daniela:


Se trataba de deconstruir lo que traían de otras cárceles y desde afuera. Deconstruir los códigos con los presos, la Policía y los operadores. Había toda una camada de presos muy jóvenes que no lograban salir del circuito de delinquir: «voy a hacer una rapiña más y con esa me salvo». No salir de querer tener plata y de conseguirla de forma ilícita. En realidad, creo que ellos ven a la cana como un tiempo muerto, y que se empieza a pensar a partir de que se sale. Puede ser cinco o diez años, pero ese tiempo no se piensa como «¿qué hago en este tiempo?». Es como la inmovilidad de las cosas. Cuesta mucho visualizar que los hijos van a tener diez años más y, cuando eso se hace presente, es fuerte. El sistema carcelario colabora con el «no pienses, no hagas, quédate tranquilo» desde las horas de encierro. No es fácil asumir que vas a estar diez años lejos de tu familia y tus amigos y es muy fácil caer en una depresión. El sistema no fomenta ese pensar porque lo ve como un depósito. Nuestra obsesión era esa: cuestionar y enfrentar los códigos asumidos y que en general no se cuestionan. Era necesario deconstruir esos códigos, por ejemplo, del hurto o la rapiña: por qué con mi vieja no, pero, esa señora que robaste, ¿no era mamá de nadie? Cuestionar y poner en palabras. Los espacios entre ellos se fueron creando. Sin llegar a ser espontáneos, porque se habilitaban, pero no era guiados. Estaban la obra de teatro, la radio, los talleres de murga, los espacios de aula y de laburo. Cambiar la dinámica del control para revalorizar los espacios de laburo.


Fue en esos espacios habilitados que tanto Federico como Adrián pudieron desarrollar proyectos personales y colectivos que les permitieron su propio proceso. Para Federico, era

una dirección con un enfoque más humano. No tanto “que pague el recluso”, sino “que se eduque a la persona privada de libertad”. Y ahí es donde empezó a jugar el rol social en mi cabeza y me empecé a integrar a otros compañeros que también empezaron ayudarme en el proceso de transformación.


Equipación de música y sonido, instalar una radio como espacio comunicativo, talleres literarios, de murga, espacios de aprendizaje de oficios para generar emprendimientos propios que los pudiera acompañar una vez que salieran (herrería, panadería, tatuaje, etc.). La posibilidad de culminar Primaria, Secundaria, UTU y continuar estudiando carreras terciarias: visualizar el propio futuro. Es en ese entorno que Adrián, junto a un grupo de reclusos, incluyendo a Federico, llevan a cabo un proyecto teatral a partir de una obra escrita por Adrián cuando estaba en el Penal de Libertad, El día después, que pone en palabras y acción lo que le sucede a la mayoría de personas que salen en libertad. Él mismo cuenta:


Yo estaba con compañeros que iban y venían y les preguntaba que les ofrecía el patronato, que les esperaba afuera. Veía en los noticieros la violencia y todo el tiempo que le dedican a los policiales y ahí surgió El día después, como lo que nos espera: el personaje principal es Gerónimo, que sale y quiere hacer las cosas bien, pero no tiene a nadie, ningún familiar, no tiene nada. Quiere hacer las cosas bien, pero se encuentra con una sociedad que lo rechaza, que no lo acepta, con instituciones del Estado que no le dan contención en esto del egreso, porque no hay políticas de egreso para las personas que salen de la privación de libertad. Cuando nos dimos cuenta de que podíamos hacer teatro, poner en palabras y representar lo que nos pasa cuando recuperamos nuestras libertades, creo que entendimos y aprendimos un montón de cosas, reivindicamos un grito de desesperación; loco, ta, todo bien, me mandé una cagada, ya la pagué, ta…, ahora quiero laburar, no quiero mandarme de vuelta otras cagadas. Quiero ganarme la vida, quiero hacer otras cosas, quiero disfrutar. No quiero vivir encerrado el resto de mi vida o aparecer tirado en una zanja. Creo que cuando las personas damos ese grito de desesperación, de que necesitamos ayuda y de que necesitamos ser aceptados, la cosa cambia.


La rehabilitación que la sociedad se imagina es profundamente cuestionada en lo conceptual y en los hechos. Conceptualmente, Daniela es enfática cuando dice:


No sé qué se imaginan cuando piensan en rehabilitar, cuando nunca estuvieron habilitados y ¿qué es rehabilitar? ¿A qué? ¿A mi modelo o concepto de vida? Eso es no poder pensar en sus propias trayectorias. Es no pensar que todos los sistemas fallaron y los expulsaron hasta llegar ahí. La cárcel es el sistema en el que te das cuenta que falló todo lo demás la familia, la escuela, la salud, filtros que debieron acompañar en otros momentos.


Adrián lo explica en otras palabras:


Tengo un rechazo con el concepto de rehabilitación. Hoy reafirmo que este sistema no puede rehabilitar a nadie. El prefijo re- ya es una forma de bastardear a las personas, y ¿rehabilitar a qué? Si capaz que hay muchas personas que nunca estuvimos habilitadas a un montón de cosas que tienen que ver con soportes sociales, institucionales, contenciones, vínculos, que son básicos para la vida de un ser humano. Entonces ¿habilitar, rehabilitar a qué? El concepto de rehabilitación nos bastardea porque las personas no nos rehabilitamos, las personas transitamos procesos y los procesos se dan individualizados. Trabajar los procesos, pensarlos, acompañar esos procesos. Y eso se deja de lado.


Punta de Rieles es un ejemplo y una excepción dentro de un modelo punitivo de cárcel-depósito hacinado que violenta, aísla, estigmatiza y expulsa a personas sin el acompañamiento de procesos que permitan visualizar la relación delito-cárcel para entender por qué se está privado de libertad y poder realizar cambios en su subjetividad. Cárceles hacinadas, sin actividades ni proyectos educativos ni formación laboral (que les enseñe como hacer un currículum, por ejemplo), horas y horas de encierro, aislamiento, desconexión con el afuera, discrecionalidad y abuso del poder que castiga siempre a lxs mismxs. Las herramientas son mínimas o inexistentes en general: salen con antecedentes, la plata del boleto, la cédula y no mucho más. Así salen en libertad. Libertad que vuelve a generar incertidumbres, miedos y angustias en quien la deseó durante su encierro al punto de que muchxs prefieren quedarse o volver, porque no tienen adonde ir. Lo que les espera es la calle o el refugio. Bárbara lo dice abiertamente:


Yo no quería salir, me tuvo que sacar la policía. Cuando me dijeron que me iba me puse a llorar. Quería lastimar a alguien, pegarle a un operador para que me dejaran. Hasta el día de hoy yo digo me encanta estar allá porque siento que es mi mundo, mi realidad. El ver todas esas cosas. No es lo mismo que estar afuera porque acá no tengo nada, no tengo familiares, no tengo amistades. No tengo nada. Me fui un domingo y el lunes estaba en los portones gritando que quería entrar porque la calle para mí era extraña. Me perdí. Me sentía perdida. No te capacitan para salir. Cuando salís ves los cambios. Yo no sabía para donde agarrar. Estuve cinco meses boyando en la Aduana drogándome porque no sabía qué hacer. Quería volver a la cárcel. Afuera changaba. Tenía dos opciones, salía a robar o a changar. Todo me jugaba en contra: recién salida de la cárcel, no tenía plata para hacerme los documentos, la dentadura fea. Al ser chica trans perdía en todos lados. Te cansás y pensás: «me voy para allá adentro». Acá afuera tenía que esperar la pensión, yo vivía de lo que me daba el colectivo [Colectivo Trans del Uruguay], de algunas tiradas de carta, algún pase que hiciera en el templo y el rancho de madera se me caía a pedazos porque estaba todo podrido. ¿Qué ganas de seguir luchándola acá afuera? No tenés armas como para poder manejarte porque si fuera un preso varón, que tiene posibilidades, la construcción, por ejemplo, pero para una chica trans, no. Es mentira.



Las cárceles son inhumanas y deshumanizadoras, violentas y costosas. Deberíamos preguntarnos: ¿para qué queremos las cárceles? ¿Cómo se pueden evitar, o por lo menos disminuir, los delitos? ¿Son el encierro y la privación de libertad la única forma de luchar contra ellos? Frente a esas preguntas, Paternain plantea:


Es fundamental, trabajar antes, evitando la cárcel, con políticas de prevención mucho más radicales. Una política de seguridad y de violencia buena y eficaz es aquella que te hace bajar de forma sostenida los niveles de delito y de castigo. Te hace descender la población carcelaria. Y para ello hay que tener políticas preventivas amplias, con más medidas alternativas y políticas focalizadas en estos factores de vulnerabilidad.


También asegura que las políticas sociales deben aparecer en un momento previo, para acompañar trayectorias golpeadas, con muchos abandonos y expulsiones, porque lo que hace la cárcel-depósito es reproducirlas.


El trabajo es un derecho humano, pero para ciertos sectores, por ejemplo, el de los hombres, las mujeres y las disidencias que transitaron la privación de libertad, es un derecho lejano, casi un privilegio, porque habiendo cumplido la pena, no tienen las mínimas condiciones para ejercerlo. La cárcel y el sistema punitivo no resuelven absolutamente nada: reproducen las mismas desigualdades que lxs expulsan y empujan al delito. No exijamos que trabajen cuando el Estado lxs abandona y lxs aísla. Exijamos que el Estado elabore políticas formadoras en las cuales las personas privadas de libertad puedan prepararse mientras cumplen su pena para trabajar y desarrollar sus propios proyectos de vida como todxs merecemos.

_______________

¹ Paternain, Rafael. Uruguay. Inseguridad, delito y Estado. Rafael Paternain y Alvaro Rico (coord.). Ed. Trilce, 2012, pag 38.

⁴ La diaria, op. cit. ⁵ Carolina Dal Monte es psicóloga y maestranda en Sociología. Su tema de tesis son las afectaciones subjetivas que produce la prisión.

⁶ Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI, 2008, p. 20

⁷Rafael Paternain es doctor en Sociología, profesor e investigador del Departamento de Sociología de la Universidad de la República (Udelar).

⁸ Adrián, de 45 años, persona privada de libertad, estudiante en el campo de la educación. ⁹Bárbara Leites, conocida como La India, de 50 años, estuvo privada de libertad en el Comcar. Actualmente integra el Colectivo Trans de Uruguay (CTU).

10 La Diaria. Op. cit.

¹¹Daniela Rodríguez, de 48 años, es educadora social. Trabajó entre el 2005 y 2009 en Punta de Rieles acompañando la subdirección técnica de Luis Parodi, primero, y como parte del equipo de Dirección Técnica entre el 2009 y 2020. ¹² Federico González, 36 años. Transitó su privación de libertad en el Comcar, la cárcel de Canelones y en la unidad número 6 de Punta de Rieles. Actualmente realiza talleres de rap y hip-hop en centros culturales (Belvedere, Santa Catalina y Nuevo París) y en la cárcel de Canelones, junto a Nada Crece a la Sombra. Es rapero y su alter ego es Kung Fu Ombijam.

¹³Desde el 2012 la Dirección Técnica de la unidad número 6 de Punta de Rieles estuvo en manos del psicólogo Rolando Arbesún (2012-2015) y del educador social Luis Parodi (2015-2020).



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