Piel Alterna
Viejos son los trapos
Texto y fotografía por Mariela Benítez
Piel Crónica

Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos
fuera del tiempo. Puede que solo en
circunstancias excepcionales seamos
conscientes de nuestra edad y que la mayor
parte del tiempo carezcamos de edad.
Milan Kundera
La inmortalidad
La vejez se presenta con más claridad a los
otros que al sujeto mismo.
Simone de Beuvoir
La vejez
El cuerpo habla y caemos en la cuenta. Vejez. Nos cuesta la palabra. Nuestra sociedad coloca a la juventud como paradigma, pero envejece demográficamente e identifica a la vejez con la decadencia, volviéndose sorda a sus propias complejidades. Sin embargo, desde que nacemos, nuestro cuerpo envejece y eso no debería poner en duda la autonomía, la plenitud y el bienestar con que deberíamos vivir la vejez, siempre. ¿Cómo nombrar a las personas que envejecen? ¿Adultx mayor, persona mayor, persona de tercera edad, viejx? ¿Por qué nos pesa la palabra viejo/vieja?
Asumir el envejecimiento propio comienza por descubrirlo (primero en lxs otrxs con las canas, las arrugas, el bastón, las quejas, los dolores) y conjugar «lo que ya no puedo hacer» con la memoria del «apenas ayer». Todo combinado con los sentidos de la vejez que cada sociedad proyecta en su imaginario.
Si envejecer es parte de un proceso natural, la vejez como construcción social nos lleva a preguntar: ¿todxs envejecemos de la misma forma?
Pedí ayuda a tres mujeres que reflexionan, proponen y trabajan con las vejeces en Uruguay hoy. Dos de ellas se definen como viejas (se autodenominan viejas viejas), Clara Fassler y Margarita Percovich; la tercera, Marcela Quintana.
Dice Simone de Beauvoir: «La vejez es lo que ocurre a las personas que se vuelven viejas; imposible encerrar esta pluralidad de experiencias en un concepto o incluso en una noción». Al igual que Simone de Beauvoir, las tres coinciden en lo difícil de definir a la vejez. Primero, el criterio etario responde a una necesidad administrativa: los 60/65 años son el umbral por el que la persona se vuelve «pasiva» y cobra una jubilación. Desde el lenguaje se trasmite una imagen artificial —pero pesada— de la vejez: la pasividad. Clara Fassler afirma que esa mirada es muy limitada porque «es una manera de homogeneizar, de aprehender algo muy complejo, multidimensional y de colocar un molde único para atender un universo muy diverso».
Segundo: lo biológico. Desde su vivencia, Clara dice: «Yo soy vieja y no lo puedo evitar, porque es parte del desarrollo de la vida humana, un proceso de deterioro de algunas funciones». Y Marcela Quintana, como médica, agrega: «Nacés y ya empieza un proceso de maduración y envejecimiento. Cuando se toma una decisión médica, se la toma en base a la funcionalidad de la persona, más allá de su edad».
Tercero: la percepción y autopercepción de la vejez. Marcela habla de resiliencia: observa que «uno envejece de acuerdo a como vivió, a su personalidad, a como enfrentó la vida. Hay vejeces bien distintas de acuerdo a su historia. A la persona que pudo adaptarse, que ha tenido resiliencia y no el lamento constante, le cuesta menos el envejecimiento.» Y Margarita Percovich considera que «la reflexión sobre el paso del tiempo y de cómo uno envejece es muy personal e impregnada con la cultura general en relación a la vejez, que es algo que en Uruguay se ha ignorado. El proceso de ir entendiendo y aceptando la vejez como etapas distintas de tu vida y personalidad, saber analizar las circunstancias que van determinando el cómo vivís la vejez, es muy importante. Y ahí, la reflexión sobre los problemas que se presentan en la vejeces para la mujeres en Uruguay, es imprescindible hacerlo con otras».
Rosario Aguirre y Sol Scavino puntualizan:
Ser viejo o vieja aparece como un evento homogeneizado por la característica de tener muchos años, por la disminución de la capacidad de funcionamiento (biológico-física) y la cercanía a la muerte. Esta centralidad de la edad cronológica en la representación de la vejez es naturalizada en el sentido común e impide visibilizar las desigualdades, diferencias y especificidades de la producción social de estos grupos. […] Ser vieja mujer o viejo varón responde a procesos sociales en los cuales operan estructuras de desigualdad que se expresan en las diferencias materiales y simbólicas en torno a cada categoría.
Según Clara, se precisan «una enormidad de miradas que deben integrarse para poder calificar la vejez y el tipo de vejez de cada uno. No es lo mismo ser vieja que viejo. No es lo mismo ser vieja o viejo si vivo en el barrio Borro o en Carrasco. Yo me pregunto sobre las vejeces de la gente que estuvo en la cárcel, no puede ser igual a la vejez de los que mantuvieron una vida cotidiana habitual. La calidad de vida a lo largo del trayecto vital determina, no mecánicamente, la forma en que vos llegas y de lo que vos podés llegar a hacer en la vejez».
La interseccionalidad entre la perspectiva de género y de clase puede ayudar a desentrañar esas diferencias. El estereotipo de la mujer como «cuidadora natural», ha llevado desvalorizar su trabajo, que se invisibilice y no se remunere; ha hecho que esas mujeres relegaran de sus propios proyectos personales (políticos, académicos, laborales); las ha obligado a la precariedad de sus trabajos y jubilaciones; y para las que han priorizado otros aspectos de sus vidas, las ha obligado a lidiar con la culpa de no poder, no querer o no saber cuidar.
«Las mujeres vivimos más que los hombres, pero la calidad de vida de esos años no es buena. Las mujeres llegan a la vejez más pobres que los hombres: con trabajos y jubilaciones paupérrimas. Hay un porcentaje importante de mujeres que no tienen ningún ingreso, y eso hace que se junten en un círculo que no es virtuoso: la necesidad de depender, con pocos recursos. Entonces las alternativas no son muy fantásticas porque tenés que vivir en la casa de un pariente o tenés que aceptar parientes en tu casa, o estar en los Establecimientos de Larga Estadía para Adultos Mayores (eleam), en los que, si querés estar en lugares mas o menos como la gente, necesitas mucha plata. No es una buena situación llegar a vieja y sin plata. Lo otro es que las mujeres siguen trabajando en cuidados siendo viejas. Cuidan enfermos, cuidan nietos, cocinan para los hijos. El rol de la maternidad, aunque tengas 80 años, sigue siendo parte de tu identidad, y en los hombres no. De manera que el patrimonio de las mujeres es un patrimonio que siempre puede ser eventualmente compartido. La capacidad de sacrificio de vida, de tiempo y de su patrimonio es muy fuerte en las mujeres. Está matrizado a fuego el mandato de la maternidad», desmenuza Clara Fassler.
Concluyo, no es la vejez, son las vejeces y sus representaciones, atravesadas por trayectorias de vidas, por lo territorial (campo/ciudad o los barrios), lo generacional y, claro está, la división sexual del trabajo. Percibo que cada unx vive la vejez como puede, pero también depende de cómo cada sociedad construye mecanismos de cuidados que permitan un tránsito más amigable por esa etapa de la vida. Las tres, desde áreas distintas (Marcela como médica; Clara y Margarita con una mirada más política), proponen algunas líneas de análisis.
¿Qué necesitan las personas viejas? Tiempo y escucha de calidad en la consulta médica, reconoce Marcela. Tiempo. Además, una atención integral que no vea solo lo médico sino cómo, de qué, dónde y con quién vive, y para ello considera importante las unidades de geriatría, donde las áreas de psicología, trabajo social, nutrición, fisioterapia, etcétera, actúen conjuntamente.
Respeto cuando se le informa para que decida y luego, respeto a sus decisiones. «Su dignidad como ser humano. Respetar sus derechos significa escucharlas y, salvo que se ponga en peligro la vida de la persona —y hasta por ahí no más— la gente tiene derecho a vivir como quiera y a morir como quiera» nos dice Clara.
¿Qué formas de cuidados implementamos para distintas poblaciones en situación de dependencia, y, en particular, para las viejas y viejos?¿Cómo concebimos al buen cuidado?
Margarita y Clara advierten sobre la terrible situación de las vejeces en Uruguay. Se sabe poco y mal; hay pocas organizaciones que piensen de forma holística a la vejez; la brecha tecnológica y la exclusión en espacios de participación genera aislamiento, soledad, depresión; el trato infantilizado y la violencia. Por lo tanto, reclaman estudios que permitan proyectar políticas públicas que contengan a ese amplio y diverso sector de la población, en clave de derechos, además de la (necesaria) reivindicación económica. Indagar sobre las necesidades particulares de la población vieja (salud, construcción y mantenimiento de viviendas, ocio, formación, alimentación), considerando que esa población lejos de ser «pasiva», y aún en las peores condiciones, sigue realizando transferencias (en dinero y en cuidados) hacia su propia familia.

Ambas, desde la Red Pro Cuidados, fueron parte fundamental de la discusión y elaboración del Sistema Nacional de Cuidados. En el texto de la ley (del 2015) que le da forma, se define lo que se entiende por cuidados, dependencia, autonomía, conceptos que fundamentan el sistema propuesto: los cuidados no pueden limitarse a la familia, y, menos aún, a la mujer como única cuidadora; los cuidados deben defender la autonomía y dignidad de la persona; el sistema debe coordinar lo público y privado a nivel nacional, garantizando la igualdad en la calidad y en el acceso al servicio; el Estado debe regular y controlar a establecimientos de larga estadía, pensar la atención, los servicios, la visibilización y valorización del cuidado y, fundamentalmente, la formación integral de cuidadores. Investigar, proyectar, definir e invertir.
Pensar de forma integral a los cuidados es asumir la interdependencia, es vernos colectivamente para que cada persona pueda vivir de la forma más autónoma lo más posible. Pero no se trata de vivir más por el hecho de vivir más, sin importar las condiciones. No. Implica pensar que en cada etapa de nuestras vidas podamos realizarnos en lo que cadx unx quiera. Resignificar instituciones (por ejemplo, la familia) a las que tradicionalmente se les adjudican un rol de cuidado que no siempre puede asumir de la mejor forma. Significa repensar el poder y la forma en la que lo ejercemos. Significa cambiar estructuras que reproducen desigualdades y dominaciones que atraviesan nuestras vidas concretas. Significa pensar en redes de apoyo que nos permitan ser quienes queremos ser en cada momento de nuestras vidas.
Los pueblos originarios y ancestrales pueden enseñarnos mucho y en particular desde su concepción comunitaria (que trasciende al modelo occidental de «comunidad familiar», tradicional y nuclear): «Que todos vayamos juntos, que nadie se quede atrás, que todo alcance para todos y que a nadie le falte nada» Abuelos y abuelas aymaras.

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¹Médica chilena, de 78 años, radicada en Uruguay, reconocida públicamente por impulsar el Sistema Nacional Integrado de Cuidados. Integra la Red Pro Cuidados.
² Política uruguaya de 81 años, exlegisladora por el Frente Amplio, militante feminista e integrante de la Red Pro Cuidados.
³Médica geriatra de 41 años, integrante de la Sociedad Uruguaya de Gerontología y Geriatría, con actividad profesional en la salud pública y privada.
⁴ de Beauvoir, S. La vejez, pág. 349. Penguin Random House Grupo Editorial.
⁵ Rosario Aguirre Cuns y Sol Scavino Solari. Vejeces de las mujeres. Desafíos para la igualdad de género y la justicia social en Uruguay, págs. 22 y 26. Editorial Doble Clic.
⁶https://www.impo.com.uy/bases/leyes/19353-2015.
⁷ Principio aymara que integra el paradigma del Buen Vivir.