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  • Foto del escritorPiel Alterna

Vejez, etnia y doloridad


Texto por Fernanda Olivar. Fotografía por Mariela Benítez

Disidencias


Quienes tenemos el privilegio de contar con nuestras abuelas sabemos que la vejez no es una etapa fácil. Mis abuelas son adultas mayores de 82 y 92 años, mujeres negras que nacieron a principios de siglo pasado en el seno de familias sumergidas en la pobreza estructural, que crecieron rodeadas de mandatos de género y expectativas sociales constringentes que las obligaron a asumir responsabilidades adultas aún siendo infantes. Ambas tienen solo pocos años de primaria cursados, saben leer y escribir, comenzaron a trabajar siendo niñas, a los nueve años más o menos, en «casa de familia». Una de ellas logró desarrollar un oficio y hasta jubilarse como modista, la otra siguió realizando tareas de cuidado en forma precaria hasta el final de su vida económicamente activa. Una fue madre a los quince, la otra a los treinta.


A pesar de llevarse solo diez años de diferencia sus vidas tomaron rumbos bien distintos ya que, a pesar de tener un origen similar, las oportunidades que se les presentaron condicionaron desenlaces disímiles para una y otra. Hoy día, sus rostros reflejan el cansancio de esas vidas llenas de resiliencia. Sus manos son mapas de vida, en sus cuerpos logro cartografiar experiencias.


En la familia vemos cómo el bienestar psicológico de las abuelas va mermando a medida que familiares, hijos, hijas, amigues —o sea, el grupo de referencia— se va ausentando, el paisaje social se torna desértico y, a falta de haber tenido la posibilidad de elegir y desarrollar un proyecto de vida en base a motivaciones e intereses propios, las personas adultas mayores no logran conquistar una adultez plena.


La cotidianeidad del adulto mayor —necesidades, demandas y desafíos— es la ausencia de las políticas sociales, incluso desde los análisis que incorporan la dimensión etaria. Al analizar los datos poblacionales del Uruguay, puede verse claramente un componente infantil y joven sensiblemente mayor en la población afrouruguaya que en el resto de la población, marcada por las desigualdades de acceso a servicios esenciales, una adultez donde eso se consolida como situación y que lleva a que las vejeces afro tengan una menor esperanza de vida en general.


Es urgente pensar en acciones de reparación para quienes, habiendo comenzado a trabajar desde pequeños, en condiciones de precariedad laboral extrema, sin derechos sociales, sin protecciones laborales, hoy se enfrentan a la necesidad de seguir trabajando para sostenerse, ya que no generaron durante su vida económicamente activa aportes jubilatorios. Hoy en día son pocas las organizaciones de la sociedad civil que aglutinen a las personas mayores, la mayoría de quienes están organizades son personas de referencia para el movimiento social pero es muy poca la organización que incluya entre sus filas y acciones políticas directas la voz de las personas mayores de la comunidad.


Algunas de las reivindicaciones están centradas en la mejora de la calidad de vida, la atención en salud mental, el goce de derechos sexuales, la seguridad social y la autonomía económica. En la vejez afro, además, hay que tomar en cuenta las consecuencias del racismo estructural en la autoestima, en la construcción identitaria, que, sumado el edadismo propio de nuestra cultura y entrecruzado con las problemáticas de género, repercutirá de maneras diferenciales en mujeres, varones y disidencias racializadas.


La negación social del racismo estructural, su relación con el sexismo y la condición de clase condiciona la doloridad con que vivimos y experimentamos la vida las mujeres afro durante todo nuestro trayecto vital. Dice Vilma Piedade que el machismo es racista, con él interviene la raza y la clase y, cuando no logramos ver esta imbricación, la sororidad se va y queda la doloridad.


Hoy tengo a mis abuelas vivas, aunque sin mucha motivación para resistir la existencia. Sus pocas alegrías radican en ver a su descendencia de pie, tomando la posta que nos entregan y obstinadas en continuar conquistando derechos, irguiéndonos, orgullosamente negras, por las que estuvieron y las que vendrán.



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¹En el libro Doloridade, de la escritora afrobrasilera Vilma Piedade, se analizan experiencias que conllevan dolores comunes de las mujeres negras por estar sustentados en el tejido de poder raza/etnia-clase-género. Es, por tanto, el dolor causado por el racismo el que hermana a las mujeres racializadas ,distinguiendo sus experiencias de las mujeres no racializadas, y analiza desde allí el poder transformador de esas vivencias comunes como aprendizajes devenidos en estrategias hacia la lucha antirracista.


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