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  • Foto del escritorPiel Alterna

Patos y Calandrias

Una generación que vuela alto



Texto de Roxana Rügnitz. Fotografía por Mariela Benítez

SobrEllas



“El joven teme esa máquina que va a atraparlo, trata a veces de defenderse a pedradas; el viejo, rechazado por ella, agotado, desnudo, no tiene más que ojos para llorar. Entre los dos la máquina gira, trituradora de hombres que se dejan triturar porque no imaginan siquiera que puedan escapar. Cuando se ha comprendido lo que es la condición de los viejos no es posible conformarse con reclamar una “política de la vejez” más generosa, un aumento de las pensiones, alojamientos sanos, ocios organizados. Todo el sistema es lo que está en juego y la reivindicación no puede sino ser radical: cambiar la vida” (Simone de Beauvoir)


En esta oportunidad, el tema de la revista nos impone un ejercicio que no es fácil y en el que solemos no pensar mucho. La vejez, ese tiempo de la vida que siempre se conecta con aspectos negativos: el deterioro físico, la pérdida de la belleza, de la energía y la cercanía de la muerte.


Como sociedad hemos pensado muy poco en ese período de la vida, en sus realidades, en su potencialidad, y en cómo se vive, dentro de un mundo vertiginoso que parece no tener tiempo para nadie que no esté «activo».


Entonces viene a mi memoria una palabra vinculada al final del tiempo laboral, pero que se hacía carne en las personas mayores: ser «pasivxs». La carga de ese término golpea en mi sentido común. Como si la sociedad te exigiera frenar la vida, de repente y porque tenés una edad que parece exigir un «descanso». ¿Quién impone ese límite?, ¿por qué se impone?


Cuando definimos a las personas como «viejas», ya estamos incorporando en el lenguaje un montón de supuestos que vienen de la mano de preconceptos asociados a ideas concebidas como lejanas de todo lo que se considera hermoso: la juventud, la apariencia, el deseo. Hemos construido un universo de la vejez —desde lo conceptual a lo material— que es oscuro, cargado de imaginarios negativos, que nos provoca miedo y nos aleja de la fuerza, aunque las horas no se detienen, para nadie.


Sin embargo, en este siglo xxi, tan cambalache como el anterior, la perspectiva está cambiando, hay una vivencia que se percibe distinta, ampliando los márgenes del tiempo del disfrute.


Las personas que transitan la vejez hoy ya no son las de antes. Aun cuando esta afirmación cae en una obviedad pasmódica, la instalo para verlo, para procesar esa diferencia desde las mujeres que hoy transitan la llamada «tercera edad». Con ellas nos encontramos y a través de ellas, nos repensamos.


Somos tiempo. Somos un organismo biológico que, en su desarrollo, alcanza la etapa conocida como vejez. Un proceso asociado con la llegada al final del camino y no como el privilegio de transitar, a través de un cuerpo, toda una historia vivida desde la idea y la emoción. ¿Por qué no hablamos de la vejez?


Hoy, en esta sección, Ellas son esas mujeres con voz, con acción y decisión. Son mujeres para quienes la edad no representa un impedimento para nada. Entrevistamos a Norma Blanco (82), Martha Garabedian (81), Lilián Liaci (89) y Juanita Stillo (82).


El encuentro fue muy divertido. Tres de ellas son amigas, crecieron juntas en el Cerro, el barrio de los frigoríficos y de la federación de la carne, en los años cincuenta. Ese contexto las definió. Mujeres que se formaron en un barrio obrero, pero con ciertos privilegios: todas blancas, todas con acceso a la educación.

Me cuesta arrancar con las preguntas, pero se me ocurre que necesitamos saber qué implica vivir el tiempo de la vejez desde el cuerpo.


Responde Juanita Stillo, una mujer lúcida y muy eficaz cuando habla: «Yo tengo un sentimiento de una mujer que todavía tiene ganas de hacer cosas. Aunque no me preocupa la edad, no me siento como de 82. Cuando digo la edad en voz alta, recuerdo a mis tías viejas que tenían 70, pero que la postura y la ropa las hacían ver como de mil años. Creo que toda la carga de preconceptos que tenían, las limitaba».


Ellas se conocen tanto que, por momentos, es difícil seguir un hilo, hablan de todo, hablan de historias, de recuerdos, pero regresan a la entrevista, como un juego. Norma, con una voz llena de vitalidad, continúa la idea de Juanita: «Es que venían de una educación diferente. Yo soy la mayor, pero me siento encantada de tener esta edad. Hoy me siento más libre. Expreso lo que siento sin el freno de lo que los demás puedan opinar. También es cierto que tuve la suerte de tener un padre que me crió para ser una mujer libre y con todas las posibilidades. Sí. Hace 75 años de eso, una rareza para la época».


Mientras juegan con los tiempos de ayer y hoy, que se entrelazan en sus experiencias y se vuelven evidencia en sus cuerpos, Martha piensa en la idea y responde: «Yo hoy, a mi edad, me siento muy bien. No pienso en que soy vieja, vivo y —a pesar de algunos dolores, que pueden ser un recordatorio de la edad— salgo, hago cosas para no quedarme».


Entonces me animo a otra idea. Todo en sus relatos se conecta con el hacer vinculados al ayer y al hoy, pero ¿y qué pasa con mañana? Así que les pregunto: «¿Les da miedo el tiempo?».


Norma arranca decidida: «No, no siento miedo. Es algo que va pasando y construyendo. La vida trae todo y nosotras lo vamos viviendo. El que pasó, fue lo que me tocó vivir, quedó atrás; el que es, lo disfruto».


Martha responde pensando en aquel tiempo, el que les pertenecía en abundancia y nos dice: «El tiempo pasado fue muy lindo, tuvimos una hermosa niñez y esos son recuerdos que nos unen y nos conecta con todo lo que fuimos. En ese sentido, como el pasado fue tan feliz, siento que el presente está lleno de eso y de sus resultados, entonces no es un problema».


Lilián llegó un poco más tarde, se sumó a la idea con facilidad: «Yo en mi vida tuve de todo. Tristezas y alegrías. El tiempo de mayor formación, lo pasé sola con mi padre, que era un artista, eso me desarrolló una sensibilidad por la música que hoy me mantiene y me da alegría».


Juanita juega con la trayectoria de su vida para responder: «El pasado son mis raíces, pero hoy tengo una vida propia que voy definiendo. Hoy disfruto de mis momentos, los que yo elijo. Yo vivo sola, aunque mis hijos siempre van, y tengo la potestad de decidir. Sobre mi cuerpo, sí, los desgastes se sienten. Se registran en algunos lugares a través del dolor, pero no me quedo quieta. Hago hidrogimnasia y la técnica Alexader para sostener ese aspecto. También salgo, voy al teatro, siempre hago cosas que me motivan, como encontrarme con mis amigas».



Ahí se miran, se ríen, parecen adolescentes que disfrutan el momento y, en algún lugar, lo son. Me transmiten una confianza en la vida y sus posibilidades que hasta me cambian el registro de la escritura. Después de comentar entre ellas, Norma responde:

«Yo vivo sola, aunque tengo un hijo conmigo que casi nunca está. Quedé viuda hace cinco meses. Lo que hago para estar bien es muy diverso. Me gusta leer mucho. Escribo también, aunque ahora necesito tomarme mis tiempos para procesar la muerte de mi marido y sé que lo voy a hacer. Ya me recompuse con mi primera viudez, con mis hijos chicos, así que ahora no será distinto. Yo siempre nadé mucho, durante cuarenta años. Quizás por eso tengo buena relación con mi cuerpo. A mí, la natación me salvó la vida. Me permitió sostener una tragedia en su momento. Ahora hace ocho años que tengo un marcapasos, pero me siento muy bien. Me despierto y hago 45 minutos de ejercicios porque mi cuerpo me lo pide. Es claro que el tiempo deteriora nuestro cuerpo, eso es parte y lo sabemos. Se deteriora una silla, ¿no nos vamos a deteriorar las personas? (risas).»


Martha continúa con la misma lógica. Tres mujeres viudas, tres mujeres que viven solas, más allá de la presencia de hijos - en este caso, todos varones- que las necesitan. Esa soledad en sus palabras no parece ser una queja. Al contrario, es una reivindicación.


«Yo vivo sola, soy viuda. De noche, para mi cuerpo viejo, es la hora peor, porque en la cama me duele todo, entonces estoy deseando que amanezca. Me levanto, camino, hago mandados y mis cosas en la casa y ahí, de repente, me vuelvo a sentir bien, sin dolores. Yo sé que mi cuerpo está definido por dolores: la columna, los tendones rotos, etcétera. Pero no me quejo. Hago ejercicios, uso una pomadita para los dolores y sigo.»


Hablamos del cuerpo, entonces pienso en la apariencia, en lo visual y les pregunto si se gustan.


Martha bromea, compara, pero llega a una conclusión: «Me gustaba más antes (risas). La verdad siento que envejecemos bien. Trato de hacer cosas para sentirme bien conmigo y disfrutar». Juanita la sigue: «Si, ahora cambió todo. Usamos ropa que nos gusta, moderna, con colores, sin complejos». En esa línea del uso de objetos para el cuerpo, Norma da un salto y lo dice: «Yo me liberé. Ya no uso tacos ni sutién, hace mucho».


Lilián tiene una realidad distinta. Aún debe ser soporte de otras situaciones. Su mirada sostiene deseos que pronuncia: «Soy muy saludable, no tengo artrosis, no tengo reuma, nada a mis 89 años, pero tengo que acompañar a mi marido en su proceso que es duro. Me gusta salir con amigas y caminar. Yo camino todos los días para darme aire y poder seguir a pesar de mi situación personal. Trato de leer, pero la vista ya no acompaña. Escucho mucha música, sobre todo cuartetos de cuerda. Lo que puedo hacer para estar bien, lo hago, siempre».


Se me ocurre que el tiempo en sus vidas no solo se dibuja en el cuerpo, también en las cuestiones que la modernidad trae y que podría ser un problema a la hora de hacer cosas. Les pregunto por las redes, pensando que me iban a responder que no las entienden y me doy cuenta que soy yo la que no entiendo, cuando las escucho.

Juanita me cuenta cómo aprendió a manejar las redes gracias a su hijo. “Cuando me jubilé quise investigar sobre mis raíces en Italia. Ahí aprendí a usar el buscador para informarme. Cuando nosotras nacimos solo había radio. Hoy tengo Facebook, aprendí a pagar cuentas desde la computadora para manejar, dentro de lo posible, estas nuevas realidades comunicativas».


Norma parece que va a responder dentro de lo esperable y nos sorprende: «Yo no me llevo muy bien con las redes. Soy de la época de la libretita donde anoto todo. Igual tengo celular y hago clases de Historia y Literatura por Zoom desde el celular»

Martha se suma: «Yo empecé primero con la computadora porque mi hija venía a casa y me daba clases. Una vez que aprendí, fui haciendo de todo. En el celular tengo todas las redes: Facebook, Instagram y WhatsApp. Todo lo manejo dentro de lo que puedo. Incluso aprendí a buscar películas en Youtube y pasarlas por la tele».

Lilián nos cuenta: «Yo hago todo por computadora. Uso Google, el buscador, pero aprendí sola. Intentando».


Vamos cerrando el encuentro con mujeres que no solo tienen pasado. Ellas tienen un presente activo y eso me habilita a preguntarles sobre el futuro:

Todas hablan a la vez. Están llenas de planes, de ideas, de posibilidades. Quieren viajar, quieren hacer cursos, quieren encontrarse con sus amigas y disfrutar de sus nietos y nietas. Están plenas. En ese instante, se convirtieron en maestras, capaces de enseñar que la cuestión de la edad es formal. Ellas desarticulan todas las representaciones culturales sobre la vejez para mostrarnos que siempre hay tiempo y que la vida es esto que tenemos ahora, no una promesa, no una idea, es lo que hacemos hoy.


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¹ Federación de Obreros de la Industria de la Carne y Afines (foica).

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