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Melisa Machado y el erotismo como ritual: ese «fruto oscuro de las cosas»

Texto y fotografía: Virginia Mesías

Versos en Vena



Melisa Machado (Durazno, 1966) vive en Montevideo y es escritora, terapeuta (formada en Gestalt, astrología, medicina tradicional china) y también periodista de artes visuales. Sus poemarios, por orden cronológico, son: Ritual de las primicias (Imaginarias, 1994); El lodo de la estirpe (Artefato, 2004); Rituales (Estuario, 2011) que reúne su poesía desde el primer libro; El canto rojo (Sediento, 2013) que se publica en Ciudad de México; y su última entrega es India (Dios Dorado, 2019). En este año gana el llamado editorial Amanada Berenguer para publicar El canto blanco (último inédito) que se presentará a través de Estuario–Hum y reunirá toda su poesía desde 2011: Canto rojo, Canto negro, dos libros inéditos que son Cantos al fauno y Río de la Plata, a su vez, Madre (que obtuvo el Premio Nacional en 2019 y se encuentra inédito aún) y Canto blanco (libro independiente) más un relato, esto me explica Melisa cuando trato de ordenarme en su prolífica producción.


Ha recibido menciones y premios tanto en concursos del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) como de la Intendencia de Montevideo, también becas en el exterior y fondos editoriales y para formadores. A su vez, ha llevado a cabo lecturas y performances en festivales internacionales. Soy todas las mujeres es el proyecto que desarrolla en este momento en relación a diversas poetas uruguayas del siglo XX que fue declarado de interés cultural por el MEC.


El primer poemario, Ritual de las primicias, comienza luego del epígrafe de Vicente Huidobro, con un breve párrafo de prosa poética, texto introductorio o «preámbulo» —como utiliza la autora en el mismo texto— que desarrolla un ritmo de urgencia, casi de ahogo en una sucesión de enunciados mínimos que no comienzan con mayúscula y que podrían distribuirse como versos libres para inaugurar una sensibilidad erótica que, con mano sabia, nos va a llevar a través de estas páginas hasta el final, hasta India incluso. Y ese desborde de vocabulario —casi barroco— de una carnalidad que se desprende del papel, me recuerda –quizás porque siempre buscamos identificar lo nuevo con lo ya conocido- los textos también en prosa poética de Homenaje a Jean Genet de Suleika Ibáñez, otra voz visceral y seductora. Entonces inicia Melisa:


Si era dentellada. fija sobre la sábana. del recato de la lengua. del esfínter. de la mirada absorta. la inminencia del peligro. temor ridículo del vientre. olor rasgado de la lama. del borde de los dedos. la espera engominada de los ojos. la caricia. el dolor leve. seducción violeta de latido. temblor milagroso de los bulos. del cierre metálico poco usado del pecado. de antes. del preámbulo.


Podría detenerme en el primer texto, «Ardides», y en sus dos versos finales que despiertan el sentido del oído, del tacto, del gusto al mismo tiempo: «Escucha sorbedora/ el imponente trepidar de tus amores.» A su vez, más adelante, podría quedarme en la brevedad rítmica y trémula del poema «Desliz» en clave quizás modernista —por un vocabulario brillante y enrevesado— donde el color y espesor de los versos desbordan:


Fue fanfarria temblorosa despilfarro ronroneante. Hubo fiestas de mariscos de valvas, de bretel.


Y podría continuar por «Sumisas» que va desenvolviendo secretos, aquelarres remotos que liberan sirenas, quizás caribdis, entre las cuales se esconden engaños y cantos que viajan a través del mar oscuro, del cielo profundo, cantos acallados, guardados, acechantes: «Y si acaso miraban por la borda/ la espuma dibujaba mujeres asesinas». Y continúan «Hidra», «Medea», «Lilith» para alcanzar así el poema homónimo del libro: «Como una señorita de piernas enjutas/ perdió la virginidad con los gladiolos,/ pistilos de lenguas inquietas, profanadores de María la Virgen». Poesía sinuosa y vegetal que despliega, cautelosa, un erotismo extraño y cierto.



Podría adentrarme en las primicias, pero voy hacia el final, hacia India, que fue el primer libro de Melisa Machado que leí. Aparece en el formato y textura de Dios Dorado, editorial que tan bien conocemos los que frecuentamos las ferias de editoriales independientes. Llama la atención la imagen de tapa: ese abrazo, esas manos femeninas que toman y acarician un pez que nos mira e intenta decir algo. Se trata de un detalle de Bestiario de amor de Virginia Patrone. En el blog de la artista plástica, el 22 de noviembre de 2008, aparecen publicadas varias ilustraciones en las que creo reconocer la figura de Melisa, son para Bestiario de amor de Miguel Pacheco. Chanquete se denomina la que se utiliza como portada de India y tiene un poema de Melisa, amiga de la artista visual desde los 90, como me comenta cuando la consulto.


El libro está dedicado: «A mis ancestros». Así el ritual se inicia, las raíces se presentan y nos llevan adelante. Luego de dos epígrafes que serán retomados en el desarrollo del poemario, llega el primer texto, breve y firme, que concluye con una serie de palabras independientes como los versos mismos, la última es contundente: muladar, ahí me detengo, es el sitio donde se echa la basura, también es aquello que ensucia o infecta material o moralmente; no me imagino comienzo más atrapante. El tercer texto concluye, a su vez, con dos versos entrecomillados: «Soy la disparatada,/ la luminosa siempreviva de la furia y el fulgor.» No solo está presente la musicalidad de los términos que se entrelazan en su significado, sino la fuerza conceptual de enviar juntos brillo y resplandor (en el poema xiv se abrirán «mis manos fulgurantes») con ira, demencia y cólera.


El poema VIII me lleva, en forma espontánea, a las primeras páginas de La mujer desnuda, novela de Armonía Somers, publicada en 1950, otra voz erótica y transgresora: «Junto con la mujer que vivía por fuera de ella, y de la que se sabe siempre casi todo. Aquella noche, antes de acostarse, como que Rebeca Linke era una mujer sobrellevando a la otra, a la de afuera, le cumplió a esta todas las obligaciones de su desganado apareamiento. Cepillarse el cabello (la mujer que vivía por fuera tenía el cabello largo y negro)…» Y así voy de los versos a la prosa: cuando Rebeca Linke comienza a desprenderse de sí misma y a transformarse en otra, su larga cabellera es símbolo inevitable del camino que se abre en el bosque. Y así dice Melisa:


Entonces solté mi pelo para que volara entre las cosas y mi cuerpo. […] Él delata lo que soy, lo que he sido y quiero ser. Anida entre los árboles y flores. […]


Esta fusión entre cabellera, cuerpo, entorno, naturaleza e identidad, continúa en el poema siguiente cuando se manifiesta una vuelta a uno mismo, una comunión con el propio cuerpo en el ritual individual: «Vuelvo a mi cuerpo, siempre. /A sentarme sola ante su fuego.»


Hay un momento particular y significativo en el poema XII en el cual el lenguaje se manifiesta como demiurgo, con esa intensidad de la poesía que se sumerge en la piel. El poema se vuelve presencia, hay un fruto que se va a transformando en la boca de quién lo dice y ese fruto genera la línea de sonidos que va marcando el texto y se confunde con la misma tierra, con el cuerpo y la voz para concluir: «La vocal de la tierra se abre en mi boca.»


Estas imágenes que representan esa fusión de la naturaleza con el lenguaje poético y la voz lírica se continúan en los versos del poema XIII, cuando se canta al campo inundado por la lluvia y con las propias venas se bebe el agua que circula por la tierra. También esta línea se puede continuar en el poema XIX:


Entonces vino por mí la lluvia, el relámpago como una boca. Vino por mí y dijo: «Muéstrate, también, con las espinas».


El texto siguiente podría ser guía de lectura o quizás otro epígrafe para el universo que se despliega en las páginas de este libro:


Tierra mi cuerpo: ánfora obstinada. Toda pureza como centro. Y el fruto oscuro de las cosas.


El cuerpo y la tierra, la naturaleza misma, los árboles, las flores, los frutos, el fruto final, el centro más puro, el alma y el ritual de los ancestros. Un universo que se entreteje con una fuerza que llega desde su interior, que llega desde antes, heredada. Una ceremonia donde la escritura es el mismo oráculo y así, palabra a palabra, a través de los versos que construyen un ritmo que surge de una naturaleza viva, húmeda y palpitante se revela un cuerpo que a su vez se trasmuta por el poder propio del lenguaje.


Hay varios textos que concluyen con una enumeración, una serie de términos escalonados, febriles, jadeantes que no solo marcan un ritmo sino que además despliegan significados que nos vuelven a la naturaleza: «Otra vez la tribu y sus maneras:/ la turba,/ el pantano,/ el terraplén.» ¿Acaso no vuelve ese ritmo de mantra ritual con la intensidad misma de estos espacios geográficos y estas reacciones del cielo y la naturaleza? Y esa circularidad, rumiante, regresiva del canto que se reitera como título de los libros de la autora (en blanco, en negro, en rojo) y que se escucha, bajo pero constante, a lo largo de las páginas de India, se hace visible en el texto XXIX con la misma enumeración, el miso hilo de versos que llevan términos potentes como el que abre el poemario y concluye en el muladar.


Ya sobre el fin del poemario, el texto XXX desvela secretos, renacimientos, una realidad original que se expresa y propicia el ritual. Nuevamente siento que reaparece La mujer desnuda de Armonía. Y los mensajes ocultos, los cantos, los ritmos que se han ido persiguiendo a lo largo del libro son mensajes de un pasado que le habla claramente a una mujer o a un cuerpo de mujer de hoy y todo sale desde la tierra misma que pisamos, nuestras raíces están allí:


Y la cabeza de la mujer brota de la tierra. Su raíz de junco, sus ojeras. El secreto de la estirpe asesinada.


Hay otra circularidad, otros finales que se reencuentran con comienzos que giran para tener su término en un nuevo inicio, claramente el ciclo vital que se renueva: tierra, cabello, piel, árbol, fruto, flores, lluvia que cae en la tierra. El texto XXXII concluye con los versos que ya destacamos del poema III:


Cayó su pelo por la estirpe, por la siempreviva reina de la furia y el fulgor.




Bibliografía

Machado, Melisa. Rituales. Montevideo: Estuario, 2011.

Machado, Melisa. India. Montevideo: Dios Dorado, 2019.

Somers, Armonía. La mujer desnuda. Montevideo: Criatura, 2020.

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