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  • Foto del escritorPiel Alterna

Las mujeres buscadoras y la pedagogía del amor

Texto por Rosalva Aída Hernández Castillo¹

Fotografía por Cecilia Lobato

En la Frontera

Escribo desde México, «el país de las fosas», en el marco de lo que se considera una de las peores crisis de derechos humanos, en la historia del país. La «numeralia del terror» reporta la existencia de 350 000 personas asesinadas del 2006 al 2022 (julio) más de 110 000 personas desaparecidas, 4000 fosas clandestinas, 55 000 cuerpos no reconocidos en fosas comunes bajo custodia del Estado, 70 000 migrantes en tránsito desaparecidos, esto tomando en cuenta solo los datos oficiales, que los organismos de derechos humanos independientes han señalado como un subregistro. La llamada «guerra contra el narco» ha quintuplicado en «democracia», el número de víctimas reportadas durante las dictaduras del Cono Sur.


En el país que acuñó el término de feminicidio y que creó un marco legal para enfrentarlo, la desaparición de personas, la mutilación de los cuerpos y su ocultamiento en fosas clandestinas se han convertido en parte de una «pedagogía del terror» que utiliza los cuerpos como símbolos para marcar territorios, mantener el terror y controlar a la población. Los perpetradores son en su mayoría hombres armados que actúan con impunidad en ejércitos legales o ilegales, en donde las fronteras entre el crimen organizado y las fuerzas de seguridad estatales son muy difusas.


Ante este contexto, han sido los colectivos de familiares de personas desaparecidas, integrados mayoritariamente por mujeres, quienes se han movilizado a lo largo y ancho del país para buscar a sus seres queridos. En el marco de estas búsquedas, se han convertido también en cronistas de la violencia en México, apropiándose de la palabra escrita y del espacio público para denunciar las múltiples violencias que afectan sus vidas. Ante lo que la feminista argentina Rita Laura Segato ha llamado «la pedagogía del terror y la crueldad», han sido madres, hermanas, esposas de personas desaparecidas las mujeres buscadoras, las Antígonas modernas que han confrontado esta estrategia con una «pedagogía del amor», que recupera los cuerpos de las fosas clandestinas, confrontando el miedo y revirtiendo las estrategias de deshumanización.


Las familiares de los y las desaparecidas han tomado picos y palas, apropiándose de los saberes forenses y dándose a la tarea de buscar no solo a sus familiares, sino a todas las personas que nos hacen falta.² Sin perder la esperanza de encontrarlos con vida, pero reconociendo la posibilidad real de que estén muertos, rastrean terrenos baldíos, basureros, las inmediaciones de ríos, a las orillas de los canales de riego. En todo el territorio mexicano se han formado unos cuatrocientos colectivos de mujeres buscadoras, que se han convertido en la conciencia de una sociedad indiferente ante las violencias criminales que están afectando de manera más profunda a la población pobre y racializada.³


Estas buscadoras no solo se han convertido en especialistas forenses, criminólogas e investigadoras de campo, sino que también se han apropiado el arte como lenguaje de denuncia, protesta y sanación. Se han vuelto poetas, fotógrafas, performeras, bordadoras, pintoras, bailarinas… Contando con sus letras, sus imágenes y su cuerpo mismo las historias de sus seres queridos. Todos los días somos testigos de cómo las colectivas de familiares se movilizan usando el arte como activismo, el artivismo es su «arma cargada de futuro», como diría el poeta Gabriel Celaya. Este es el caso de la Colectiva Regresando a Casa Morelos, que en su exposición ¡Hasta encontrarles!: Imágenes y textos de búsquedas y resistencias (https://www.facebook.com/regresandoacasamorelos) incluye los poemas escritos por sus integrantes, en los que denuncia la tortura continuada que es la desaparición de personas y demandan el derecho a la auto-representación. Como dice en uno de sus poemas Esperanza Sánchez, quien busca a su hijo Emilio Zavala, desaparecido en Chacahua, Oaxaca el 21 de abril del 2020: «Somos forjadoras de caminos, somos sanadoras de memorias, sin miedos y sin castigos. Nadie nos controla, nadie nos limita, somos las autoras de nuestros propios libros.»


En sus escritos y prácticas de cuidado hacia los muertos, el amor se ha convertido en la estrategia con la que enfrentan la «pedagogía del terror». Es el amor, también, el que les permite seguir buscando a pesar del miedo que a veces las paraliza cuando reciben amenazas o son directamente enfrentadas por los perpetradores al buscar en territorios bajo control del crimen organizado.


Pero no se trata solo de ese «amor maternal» idealizado por la cultura popular y los medios de comunicación, se trata de un amor indignado, que se extiende más allá de sus vínculos consanguíneos. Un amor indignado con el que enfrentan a las autoridades y develan complicidades. Rompiendo con los estereotipos de la «madre abnegada» y de víctimas, las mujeres de los colectivos de búsqueda, han resignificado la maternidad asumiéndose como defensoras de derechos humanos, sus vínculos maternales alcanzan todos y a todas las desaparecidas, no solo a sus hijos e hijas. Sus discursos políticos enfatizan ese amor indignado cuando gritan: «¡¿Por qué los buscamos?! ¡Porque los amamos!». Se trata de un amor que pesa más que el odio a los perpetradores.


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Referencias bibliográficas

¹ Integrante de la Colectiva Hermanas en la Sombra <https://hermanasenlasombra.org/> y de la Red de Feminismos Descoloniales https://www.rosalvaaidahernandez.com/es/proyectos-colectivos/red-feminismos-descoloniales/

²En otros escritos he analizado la manera en que las mujeres buscadoras se han convertido en expertas forenses y defensoras de derechos humanos ver <https://periodicos.unb.br/index.php/abya/article/view/23700/23525>.

³ La estructura colonial de la nación mexicana hace que el racismo estructural marque las afectaciones de las violencias. Al respecto ver <http://www.rosalvaaidahernandez.com/wp-content/uploads/2020/10/2018-CAPITULO-La-Guerra-contra-el-Narco-PDF.pdf>.

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