Texto por Fabricio Guaragna Silva / Fotografía por Mariela Benítez
Esquinas del Arte
La primera vez que miramos una película, nuestro estado va fluctuando de expectantes y nerviosos a excitados y comprometidos, nos invade, por momentos, la ansiedad por el futuro que no conocemos, como en la vida misma cuando la vamos viviendo en su cotidianidad. Recapitular sobre mi trabajo artístico es como volver a mirar la misma película, solo que uno puede seleccionar qué partes ver y cuáles dejar pasar, puedo enfocar en las escenas memorables, dejando pasar los «tiempos muertos», las conexiones intrascendentes. Pero este es uno de los posibles acercamientos a la biografía artística, una de tantas maneras de observar, sabiendo que siempre hay un lugar que no vuelve a la memoria de la mente. En cambio, el cuerpo y su memoria cantan en otras claves, perciben los acontecimientos desde otras lecturas. El cuerpo es un territorio del ahora y dispone de su densidad para devenir, se cuela, transforma, provoca, invade y empatiza. Un campo de acción que genera signos, codifica símbolos e imágenes, propone. Es desde este lugar amorfo que la performance como no-disciplina me ayuda a conectar con las líneas conceptuales de mi trabajo artístico, así como posibilitar proyectos que se potencian en el vínculo con un otrx. Como el cuerpo, la performance es un entramado de modos de expresión que juega con el ahora, construyendo acontecimientos únicos, atravesando el cotidiano con la metáfora. Por eso, el cuerpo y la performance son campos de memoria, únicos y múltiples, canales de comunicación que utilizan lenguajes propios. Es en este orden que ubico mi primaria aproximación a este hacer, investigando ese otro lenguaje, esa posibilidad de trascender a través de mi propia transformación.
Del por qué mi cuerpo no es una utopía
Mi trabajo se desarrolla en varias líneas que se entrelazan como una madeja, se enreda en la poética performática del cuerpo institucionalizado y las derivas posibles del under en la cultura drag queen montevideana. Esta madeja va creciendo a medida que mi cuerpo va asimilando territorios nuevos, cuestión que va a seguir siendo hasta mi muerte. El recorrido comienza investigando la identidad como un constructo subjetivo y político. Uso mi cuerpo atravesado por varias disidencias, y me pregunto sobre la estética del prejuicio. La primera obra performática que realicé a gran escala fue MUTANTE (2014), donde hacía pública la transformación de mi cuerpo “masculino” en un cuerpo “femenino”. Habitaba un proceso largo y complejo, que culminaba con la extracción de mi sangre para colocarla en un microscopio y poder “observar” la existencia de transformaciones «internas». Acto simbólico sobre el significado de lo humano, cuestionando los límites de lo conocido y desconocido. Tiempo más tarde, realizo la performance NÓMADE (2015) donde intervengo la calle, encontrando un territorio nuevo que amplifica las posibilidades del cuerpo político-social. Esta experiencia fue una bisagra para el desarrollo de mi trabajo, ya que lo público y lo privado implican un gran tema en mis propuestas conceptuales. En setiembre de ese mismo año, realizo la performance “La trava conchificadora”, donde investigo desde el cuerpo la premisa: la construcción del género es un acto violento. En esta obra se conjugan las líneas de trabajo que venía investigando, generando una conciencia en el espectador acerca del cuerpo atravesado por el prejuicio, la violencia, la masculinidad deconstruida y el dolor.
En 2018 me diagnostican VIH positivo, lo cual genera otra capa de disidencia y prejuicio sobre mi cuerpo. Se construye un nuevo cuerpo enfermo sobre el cuerpo abyecto, se sigue deviniendo una posibilidad para más preguntas. A partir de este acontecimiento diagramo mi primera exposición individual en la Colección Engelman-Ost DRAG (2019), donde concibo una autobiografía desde la coyuntura corporal que habito, rompiendo con el tiempo y su linealidad.
Desde entonces, los cambios y asimilaciones son parte del recorrido artístico que me construye, y me habilita a pensar al cuerpo como una entidad clandestina. El cuerpo está atomizado de capas, de estructuras, de normas, de prejuicios que no lo dejan convivir en su plenitud y lo mantienen en cautiverio, habita un lugar atravesado por las estructuras que lo trascienden y lo amarran a una distopía. Un cuerpo libre implica una utopía, un estado simbólico que lo deje desatado de sus preconceptos, deje presente su verdad en el ahora. Quizás sea la performance un canal hacia esa libertad.
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