Texto por Isabel María Banchero. Fotografía por Analía Piscitelli
En la Frontera
Yo tuve que aceptar que mi cuerpo no sería inmortal, que él envejecería y un día se acabaría. Que estamos hechos de recuerdos y olvidos; deseos, memorias, residuos, ruidos, susurros, silencios, días y noches, pequeñas historias y sutiles detalles. […] Y tuve que aceptar que no sé nada del tiempo que es un misterio para mí y que no comprendo la eternidad. […]
Silvia Schmidt
«Y tuve que aceptar»
El proceso de envejecimiento se constituye con aspectos biológicos, psicológicos, sociológicos, históricos y filosóficos coordinados y caracterizados por el desarrollo personal, que es el elemento catalizador y definidor de cada vejez. No es un tiempo aislado, sino que se inserta en el transcurrir de la vida, que comienza en la gestación y arriba en la vejez que da cuenta de ese devenir.
Son varios los aspectos que, desplegados, le dan la posibilidad de ser una mejor etapa alejada de los prejuicios negativos que, a veces, la acompañan:
—El desafío arduo y maravilloso de conocerse a una misma, saber claramente quién soy y cómo soy; las posibilidades de ese ser y el compromiso de efectivizar esas potencialidades activamente, sin transacciones cómodas.
—El desarrollo de vínculos de diversa calidad emocional, cuidando los más profundos como tesoros sostenidos y sostenedores, a ultranza.
—El respeto hacia sí misma, sustentado en realidades del ser, el respeto hacia los otros que lo merezcan y el de los otros hacia uno. O, al decir de Cicerón en El arte de envejecer: «Ser dignos del respeto y estar dispuesto a defender y proteger sus derechos y ejercerlos hasta el final para soportar la edad dignamente con serenidad, moderación y sensatez».
—Estar siempre dispuestas a seguir aprendiendo todo aquello que inquiete el sentimiento y el intelecto, haciendo experiencia en cada momento que devendrá en la capacidad de devolver en enseñanza lo aprendido.
Hay envejecimientos dolorosos, sufrientes, con enfermedades, soledad, frustraciones históricas, enojos, rencores que producen un curso ingrato de la vejez, no siendo exclusivos de este tiempo, sino de cualquier momento de la vida.
Más allá de las limitaciones lógicas de la edad, en esta etapa alumbra el tiempo más libre, menos exigido, el disfrute del ocio, el derecho a decidir con firmeza con quiénes quiero estar y cómo y qué cosas quiero hacer, sin requisitos.
¡Cuántas pérdidas y fracasos sufridos y superados a través de los duelos, cuántos logros reconocidos y valorados, cuántas circunstancias difíciles sorteadas, y cuántas otras felices disfrutadas y compartidas!
Enfrentar así la posibilidad cierta y tal vez cercana del ya no ser, de la muerte, con serenidad y paz. «¡Vida, nada me debes!». (Amado Nervo, «En paz»).
Hago mías las palabras de Pablo Neruda: «Confieso que he vivido». Y vivo.
Isabel María Banchero. Maestra, licenciada en Psicología. Ex docente de la Cátedra de Salud Mental, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires (uba). Consejera científica de la revista Claves / en Psicoanálisis y Medicina. Autora de artículos y coordinadora de jornadas científicas. Coordinadora de grupos de terapia de la tarea. Buenos Aires, Argentina.
Comments