Piel Alterna
Deshabitando el silencio
“El mudo quiere hablar pero no puede; el que calla puede hablar pero no quiere, y es, precisamente, ese carácter de elección voluntaria el que carga de significación el silencio” C. Amorós, 1991
Por Roxana Rügnitz

Foto: Mariela Benitez
En una tarde mansa del mes de mayo, nos encontramos con tres mujeres para quienes mayo representa algo más que un marco temporal. Ha llegado a ser, a través de los años, un espacio mítico, definido por el silencio.
El hecho de escribir sobre el silencio es, en sí, un acto brutal que violenta su propia esencia. Mientras lo hago pienso en ellas. En la historia que las atraviesa. Pienso en sus voces como manifiesto de lo que pasó. Reviso mis apuntes, tacho y vuelvo a escribir, ninguna pregunta es suficiente, nada de lo que diga podrá tener la dimensión justa para abrir las ventanas de su memoria.
Hoy, este encuentro me conmueve en lugares que no sabría explicar. Debo romper un silencio, el mío, como un espectro invasor que pide permiso para entrar. El de ellas, como un acto reflexivo que interrumpe un antiguo silencio, desdibujado, inseguro, escondido en otras historias, el silencio del después.
El espacio lleno de los aromas del arte y del café, servido en las pequeñas tazas del Sorocabana, nos acoge. Las miro y trato de imaginar las que fueron en aquel encierro y lo que son, entre lo humano y lo simbólico. ¿Ellas son conscientes de eso? Sospecho que lo voy a descubrir en el encuentro.
Hoy, en SobreEllaS hablamos con Antonia Yáñez, Isabel Trivelli y Graciela Nario.
El inicio de la entrevista trata de buscar un registro de ideas y explicaciones previas como para ir acomodando el cuerpo.
Pienso en mi primera pregunta. La rebusco en mis apuntes, quiero sonar inteligente, quiero que esa voz que interrumpe el silencio tenga sentido y sin embargo, me doy cuenta de mi torpeza. Les propongo dos silencios.
El silencio del encierro y el silencio en libertad. Ese binomio que podría conducir al silencio represivo de la prisión y otro, de alivio en el afuera, se invierte aquí o se complejiza. Son esos silencios los que les despierta la memoria y entonces hablan.

Foto: Mariela Benitez
Empieza Isabel. Una voz calma y precisa que va armando con sensibilidad el relato y nos instala en la vivencia de sus silencios, “desde la militancia hasta el encierro y la salida, la cantidad de encierros y silencios que hemos ido atravesando!!!!”
Me doy cuenta de que soy una testigo privilegiada, que lo más valioso en ese encuentro es verlas, sentadas, compartiendo con generosidad, una charla entre viejas compañeras y me callo para que sean sus palabras las que habiten el espacio.
Graciela, revolotea sus ideas y dice: “los silencios de la militancia nos marcaron. En dictadura teníamos que silenciar lo que hacíamos, lo que pensábamos y lo que éramos. Vivíamos esa dualidad, por un lado la vida de lo cotidiano, lo “normal” y por otro lado lo que hacíamos convencidas de alcanzar una utopía”. En sus palabras hay un registro de lo que aún no hemos elaborado. La historia reciente aún nos late demasiado cerca, parece que hemos elegido los silencios, las margaritas en los muros, mientras escondemos estos relatos en las voces de sus protagonistas, sin más. No lo sé, es más una idea, un impulso lo que me hace decir esto, movida por la rabia de una deuda abierta.
“En la época de la dictadura, los grandes silencios estaban acompañados de grandes ruidos” – afirma Graciela- “en el encierro necesitábamos comunicarnos entre nosotras para saber qué le estaban preguntando a la compañera de al lado pero estábamos muy vigiladas, así que nos vimos obligadas a generar un sistema de comunicación y aprendimos a hablar con los dedos”.
Las tres se miran, y un subtexto recorre esas miradas, “cuando estás en el calabozo, el silencio que importa, es el que te permite oír lo que estaba pasando en el calabozo de al lado. También estaban los ruidos de los represores frente a nuestros silencios”.
Isabel asiente y agrega, “el calabozo donde estábamos era bastante silencioso. Al final del pasillo había una reja y el ruido de esa reja marcaba todo. Mientras esa reja estuviera cerrada, estábamos tranquilas, pero cuando alguien tocaba esa reja, su ruido lo cambiaba todo”.
“Y había otro silencio” interrumpe Graciela, “cuando estábamos en el cuartel con otras mujeres, éramos como cuarenta, algunas estaban con sus bebes, decidimos acallar nuestras voces pensando en esos bebes para quienes no podía ser bueno cuarenta mujeres hablando. Entonces elaboramos un sistema para hablar poco y bajito”.
Isabel recuerda otra forma de silencio distinta, el silencio de la clandestinidad y la mira a Antonia.
“Sí, el silencio de la clandestinidad dependía de las circunstancias. Muchas veces había que cumplir con los silencios del “aquí no habita nadie””, Antonia, la militante, la ex presa, la de la clandestinidad no deja de ser también la profesora de literatura que llena su relato de imágenes poéticas. La idea de una casa en la que hay una habitación “vacía”, me lleva, inevitablemente, al cuento de Cortázar, “Casa tomada”, no sé por qué, pero me imagino esa historia, desde el lugar del que habita sin habitar. “En esa casa había una habitación prestada, la casa seguía funcionando para el mundo, pero en la habitación no había nadie. Luego, la presencia de los niños en esas situaciones era otra cuestión. Tuvimos que hacer malabares para encontrarme con Pedrín, generar un contexto apropiado para él. Tantos momentos en que tuviste que silenciarte, es difícil explicar realmente qué significó entrar en la clandestinidad y que te detengan un día y entonces todo se acabe”
“Cuando caés, el silencio podía ser tan fuerte como la palabra. Pienso en la cárcel, el ruido de la tortura, sí, pero también el ruido del ablandamiento”. La voz de Antonia nos devuelve a un lugar que bien podría ser el de un cuento. Cuando su represor instala la negociación, surgen las letras: viene el Quijote a rescatarla en medio de un acto brutal. Recuerda discutirle el tema de la negociación a partir del capítulo 4 del Quijote, para demostrarle que no era posible negociar entre desiguales.
Las palabras van tejiendo, en ellas, íntimas memorias y continúan. Hablan de los encuentros en el Penal, de las diferencias de voces y silencios entre las que llegaban y las que estaban hacía tiempo, de las herencias de la ropa y de la importancia de la salud. Aprender a cuidarse en espacios reducidos donde sólo había un baño, como una forma de resistencia, de no mostrar debilidad.
El silencio que no demoró en llegar, fue el silencio del cuerpo, de lo que significó ser mujer en prisión. Un silencio que primero estaba en ellas, en el hecho de no hablar de lo que les había sucedido. Ni siquiera en el encierro hablaban del cuerpo, de lo sexual. De pronto Graciela trae una imagen, “éramos cuerpos con capucha” y en esa frase, desaparecen.
Isabel recuerda que el tema sexual lo pudieron hablar, mucho tiempo después de haber salido. La pauta era otra, afirma Antonia. Hablar de política, del documento Santa Fe, pero no de ese tema. La salida las arrastra a otro silencio. Lo que les había pasado no importaba. No era significativo frente a las desapariciones, frente a las muertes. Las palabras sellaron un relato: “a nosotras nos pasó lo mismo que a todos”.

Foto: Mariela Benitez
Veinte años después de la salida, aparecerá la necesidad del encuentro y la memoria. Ese será un encuentro de ellas, a solas, porque su historia, dirán “¿a quién le va a importar?”. “Nos callábamos para no ser víctimas ni heroínas”, esas palabras me golpean con fuerza las entrañas.
Las imagino en ese otro encierro, el de la libertad. El encierro del no hablar porque no era importante, porque había otras cosas que hacer. Las pienso, a todas, en un auto exilio que tardará veinte años en salir a la luz. Como resultado de aquellos encuentros, de voces privadas, aparecerán varias publicaciones que serán el registro público de la memoria de todas esas mujeres.
Llegará luego, el tiempo de las denuncias judiciales. Sólo 28 mujeres denunciaron de todas las que eran. Ante ese número, Antonia puntualiza, “este fue un problema de todas las mujeres que fueron detenidas y todas las mujeres lo saben”.
Ahora que estoy, en la seguridad de mi casa, elaborando esta entrevista, decidiendo, como si se pudiera, qué incluir en la nota, me vuelvo a ellas, sentadas, hablando, teniendo el valor de decirlo todo y de volver a hacerlo presente.
Me quedan latiendo en la memoria y el pecho, las palabras. Me queda la imagen del asombro de Antonia cuando cae y se encuentra con compañeras que estaban allí desde el 72. Me vuelven las palabras de Isabel diciendo, “no les interesábamos desde el punto de vista político, ellos hablaban de nosotras sobre si estábamos buenas o si éramos flacas”. Me asalta la rabia de pensarlas encapuchadas, desnudas, con sus manos atadas atrás y expuestas ante sus represores. Cuando pensamos en verdad y justicia, hay muchos más silencios de los que podemos imaginar. Hay muchas verdades aún no dichas, no escuchadas.
Mientras el reportaje se va acabando, Isabel apunta “nosotras también tenemos que ir desapareciendo de la escena, porque la memoria no es nuestra. No es nuestro patrimonio”.
Y las tres concuerdan. Reafirman una convicción, la idea de que hay una fuerza en los más jóvenes que las llena de una esperanza que parecía perdida.
Hoy sostenemos la memoria, como un símbolo, pero ¿qué hay detrás de ella, de qué se llena esa memoria? Debemos resolverla como sociedad, es una deuda, un vacío que aún permanece en estos puntos suspensivos….....

Foto: Mariela Benitez