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  • Foto del escritorPiel Alterna

Autoficción: hacia un teatro introspectivo y estético


Texto por Sergio Blanco

Disidencias

Fotografía por Virginia Mesías

En esta oportunidad, hemos elegido entrevistar a Sergio Blanco (1971), dramaturgo y director teatral franco-uruguayo. Algunas de sus obras son Kiev, Opus sextum, Kassandra, Tebas Land, Ostia, La ira de Narciso, El bramido de Düsseldorf, Cuando pases sobre mi tumba, Memento mori, entre muchas otras. Nos cuenta acerca de su vivencia respecto a la identidad y a la belleza, y su relación con estos conceptos en la vida y en la creación artística.


Sobre las multiplicidades del yo


Me multiplico porque me gusta reproducirme al infinito. Me gusta la idea de saber que puedo ser varios a la vez, es decir, que hay varias versiones distintas de mí. Me da seguridad pensarme de forma múltiple.

Siempre digo que el yo no existe, sino que lo que existe es una multiplicad infinitas de yoes. Tengo la convicción de que no soy uno, sino varios o varias. Algo así como si estuviera integrado por las distintas piezas de un puzle. Y te diré algo más: las distintas piezas de un puzle que no encajan necesariamente entre sí. Esto último me seduce mucho, me gusta sentirme dislocado, desarticulado, desvertebrado. Es por esto mismo que la noción de individuo no me atrae mucho: no me siento un ser indivisible, sino todo lo opuesto, es decir me siento un ser divisible en mil pedazos. La noción del estallido me parece hermosa. Me gusta mucho sentirme un ser divisible en mil pedazos que incluso entran en contradicción. Detesto la idea de la unidad o de la coherencia del ser. Siempre repito que mis diferentes yoes de alguna manera están en permanente colisión entre sí.


En ese deseo de multiplicarme al infinito, me gusta la idea de dar con esos yoes oscuros que también me integran. Tengo muchas zonas oscuras y me gusta muchísimo ahondar en ellas. Desde niño siempre pensé que la oscuridad era tan interesante como la luz. En estos días, por ejemplo, estoy pensando en escribir un texto en donde me pueda inventar en tanto que asesino, no sé, tengo ganas de experimentar el horror de quien comete un crimen. Pienso que debe de ser algo fascinante. Y entonces pienso que imaginarme como criminal me va a permitir experimentar un nuevo yo que nunca he probado aún.


Pensar en la belleza dentro del proceso creativo


No sé si soy yo quien piensa en la belleza o si es ella quien piensa en mí. En todo caso, la belleza está siempre muy presente en mi escritura, en mis puestas, en mis trabajos, en mis clases, en mis semanarios, en mis conferencias. No sé mucho lo que es la belleza. Y, al mismo tiempo, tengo bien claro lo que es. Con la belleza me pasa lo mismo que le pasaba a San Agustín con el tiempo cuando decía que sabía perfectamente lo que era pero que se sentía incapaz de explicarlo. Yo también sé lo que es la belleza, pero me siento incapaz de definirla o de explicarla. De todos modos, me gusta tratar de alcanzar la belleza, me gusta aspirar a ella, tender hacia ella.

En mi último texto, Zoo, en un momento el personaje de la veterinaria Rozental le pregunta a mi alter ego: «¿De dónde viene esa obsesión por la belleza?», y mi alter ego le responde: «Es algo que nos obsesiona a todos, ¿no?». Yo creo que todo ser humano está obsesionado o habitado por la idea de la belleza. Creo que uno de los sentidos de la existencia es tender hacia lo bello. Ahora bien: ¿qué es lo bello? No tengo idea. Y sin embargo lo sé reconocer sin ningún problema.


La idea de la belleza en el proceso de escritura está ahí, en algún lado. Mientras estoy trabajando —ya sea escribiendo o dirigiendo—, de golpe, algo en mí me dice: «Eso es bello». Y entonces lo registro. Es como si hubiera algo en mí que es capaz de detectar lo bello. Inmediatamente lo comparto con mis equipos y con mis colaboradores. Es algo que aparece de golpe, que no siempre es provocado o buscado. Es muy extraño. Te diría que es algo que acontece, que se produce de pronto, y, una vez que aparece, lo que hago es concientizarlo para que podamos darnos cuenta. El surgimiento de la belleza es como una especie de epifanía: es algo que sucede de golpe. Por eso siempre digo que cuando escribo o cuando dirijo, me es sumamente importante poder estar muy concentrado para ser capaz de poder detectar esa belleza con precisión y rapidez.


La belleza es siempre una convención, pero que, paradojalmente, no tiene reglas claras. Y es por esto mismo que no es algo fácil de lograr o de alcanzar. Es una verdadera paradoja: se trata, sin lugar a dudas, de una convención, pero sin reglas. Por otro lado, yo creo que nunca trato de desconfigurar nada, al contrario, te diría que todo mi trabajo es tratar de configurar. Por eso mismo, ni bien siento que estoy ante algo bello, inmediatamente lo que hago es configurarlo.


El cuerpo, la sexualidad, el arte y la belleza


La tríada entre cuerpo, erotismo y sexualidad es extraordinaria. Es como si fuera una especie de Santa Trinidad en donde se dan cita tres entidades fascinantes que están condenadas a entrelazarse hasta el infinito. Y es cierto que en mis textos el cruce del cuerpo, el erotismo y la sexualidad es una constante, pero ¿cómo no abordar esta tríada a la hora de buscar hablar de los seres humanos? Creo que el cuerpo es lo que nos contiene —una especie de continente—, que el erotismo es la manera en que este cuerpo se organiza y que la sexualidad es una de las posibilidades de articularlo. Y si bien, como mencioné anteriormente, no sé mucho definir lo que es la belleza, sin embargo, sí soy consciente de que la belleza tiene mucho que ver con todo lo que es continente (es decir, forma), organización y articulación. Esto es lo que hace que, a mi entender, la belleza, que es muy frágil, tenga tanta importancia en el ser humano. A mí me resulta imposible hablar de las personas sin evocar estos temas que son constructores de nuestras subjetividades y de sus múltiples experiencias, es decir, constructores de relatos.

Fotografía por Masiar Pasquali

El miedo a morir y perder la belleza del cuerpo material


Creo que sí, que todos tenemos estos dos miedos, ¿no? Quien no tiene miedo de morir, que arroje la primera piedra y quien no tenga miedo de perder la belleza de su cuerpo —porque todo cuerpo tiene su belleza propia—, que se arroje entonces a sí mismo una piedra. Me parece que todos tenemos estos dos miedos y creo que está bien que así sea. Tenerle miedo a la muerte quiere decir que tenemos ganas de estar vivos. Y eso es algo positivo. El tema es que, al mismo tiempo, que tenemos que aprender a vivir con ese miedo, paralelamente tenemos que prepararnos para la muerte porque tarde o temprano, la muerte será una cita ineluctable. Y entonces ahí es en donde cada uno tiene que ir elaborando, de forma muy personal, este asunto de cómo prepararnos para esta cita. En lo personal, voy tratando de que ese miedo vaya disminuyendo y que, poco a poco, vaya siendo reemplazado por otras cosas como, por ejemplo, la curiosidad.


Y en lo que se refiere a la pérdida de la belleza del cuerpo, también es algo que de a poco hay que ir aceptando. Yo no utilizaría la idea de la «pérdida», porque no creo que la belleza se pierda, sino que utilizaría la idea de la transformación. Me gusta pensar en la idea de que la belleza de un cuerpo se va transformando en otra cosa. La aparición de los signos o de las marcas del pasaje del tiempo en un cuerpo tiene algo muy bello. Pero es algo que hay que ir contrayéndolo, pensándolo, elaborándolo. Y entonces la idea de pérdida —que siempre supone una idea de dolor o desgarro—, puede ser reemplazada por la idea de transmutación o de conversión, que son ideas hermosas. ¿Y si dijéramos, por ejemplo, que el cuerpo no pierde su belleza, sino que la transforma? El cuerpo podría ser de esta manera un espacio metafórico, es decir, un territorio que acepta la noción de la mudanza en sí mismo.


El registro de la búsqueda de la belleza en la obra de arte y su recepción


Yo estoy absolutamente convencido de que la búsqueda de la belleza queda para siempre grabada en el ADN de toda obra de arte para que esa pesquisa sea retomada mucho tiempo después por el receptor que se enfrenta a esa obra. Cuando contemplo una pintura rupestre de hace miles y miles de años, siento que, poco a poco, me empieza a llegar desde un tiempo muy lejano la belleza que buscó la mano de la mujer que realizó esa pintura en las cavernas. Y cuando escucho un fragmento de (Claudio) Monteverdi me sucede lo mismo. O cuando miro un cuadro de (Joseph Mallord William) Turner. Cuando me enfrento a una de sus telas, voy dejando que la belleza del mar que Turner buscó en su pintura pueda pasar a mi cuerpo. Y cuando leo un poema de Idea Vilariño, me dejo impregnar de esa búsqueda de belleza que la poeta alcanzó al enhebrar las palabras. La experiencia artística es dejar que la búsqueda de la belleza de otros logre pasar a nuestro cuerpo. Por eso mismo, siempre insisto en que toda experiencia artística es algo absolutamente corporal: mi cuerpo por medio de mis sentidos recibe y hospeda el trabajo de otra persona. Es algo extraordinario, ¿no? Creo que de esta manera el arte logra inmortalizar la belleza, es decir, la va pasando de un cuerpo a otro cuerpo por los siglos de los siglos. El arte, de este modo, podría ser el único antídoto contra la muerte de la belleza, ¿no? Podríamos decir que el arte es lo único logra volver inmortal a la belleza. La belleza del lenguaje de Virginia Woolf ahora vive en mí y mañana vivirá en las hijas de nuestras hijas. Amén.

Fotografía por Virginia Mesías

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